Cuando llamaron a la puerta, me encontraba con la mano en su picaporte, para salir a darme el paseo de la tarde.
Oí el timbre de
casualidad. Me sobresalté; pues había decidido pasar una semana sola en un
pueblecito cántabro, por ver si era capaz de poner en orden aquellos
pensamientos que tanto me obsesionaban y en el transcurrir de los días, iban destrozando mi existencia, en
una etapa donde los problemas me surgian unos detrás de otros, sin ser capaz de resolverlos. Por ello, el timbre me hizo
despertar de mí misma y observar, cómo entraba por la ventana un hermoso
atardecer.
Fue entonces, cuando abracé todos los colores de mi edad adulta.
Colores de atardecer y algo más. Huele a playa
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