miércoles, diciembre 20, 2023

LAS MAÑANAS DE VERANO

 

Esas mañanas de verano eran mis preferidas.  Mi padre y mi madre se levantaban muy   temprano para ir a segar. Por entonces, mi hermano Evencio, estaba en la mili y Victoriano, andaba de pastor con las ovejas y corderos del pueblo. A mí nadie me obligaba, pero yo insistía en ir con ellos a las tierras donde había que cortar los cereales que ya estaban maduros a finales del mes junio, para seguir con julio y agosto en su mitad de mes.


Yo volvía del colegio donde había pasado mi curso de Ingreso en el Bachillerato y por ello,  la libertad la tenía muy coartada, haciendo que buscase a todas horas y circunstancias, los horizontes ilimitados. A  causa de ello, no tenía  ningún problema en  levantarme a las seis de la mañana, para salir con mi padre, camino de los campos castellanos. Él a pesar de su incipiente cojera de la pierna izquierda, era optimista, guasón y en especial deseaba que sus hijos fueran algo más que labradores con pocas tierras en propiedad, para tener siempre en mente, cómo dar a sus vástagos unos estudios, porque pensaba que ahí estaba el quid del vivir mejor o peor. 


Empezó por el mayor, Rafael, mandándole  al convento de La Vid, cuando yo, la pequeña de los tres hermanos, aún no había nacido, con la intención de que fuera sacerdote.  No era gratis y nuestra familia, nunca fue rica, por ello, según una vez me contó, tuvo que vender  la viña que hay al otro lado del camino del Cocorrón, lugar, donde años después y  en mi plena adolescencia, se dejó el Troneras, la vida. Algo que ya contaré.


A esa hora de la amanecida en pleno julio, yo sentía el aire en la cara, como una caricia de frescor, mientras el sol de verano, lentamente, pero sin pausa, salía por el Este y hacíamos el camino montados en nuestro burro de color pardo, que llamábamos Brillante, porque sabía  muy bien dónde se encontraban,  todas las tierras de nuestra propiedad y los tres, oteábamos el horizonte castellano, sin dejar mi padre y yo,  nuestras chácharas,  con mis preguntas y sus chascarrillos.


-Mari, No sé  el porqué te empeñas en venir conmigo. Tienes que madrugar mucho y además este oficio de segar con la hoz  es cansado, muy cansado, pero  cómo  no sé negarte nada, te he dado ese capricho.

-Padre, a mí me gusta ir contigo y que me cuentes tus cosas y yo también te cuento las mías.

-Esta vez solo te exijo que no toques la hoz.

-¿Por qué? Yo tengo cuidado y no me corto, para eso me pongo la zoqueta en la mano izquierda.

-Es una herramienta muy peligrosa y te puedes a hacer mucho daño y eso, te lo juro,  no lo puedo permitir.

-Qué sí, no hace falta que juramentes, que aquí en el pueblo lo hacéis mucho. Te repito que solo voy a recoger lo que tú vayas segando para hacer un haz grande, grande, que luego el Brillante tendrá que acarrear.

-No vayas tan deprisa, primero voy a segarlo yo. Me ayudas a formar los haces para atarlos después con los vencejos que traemos algo húmedos,  la Nico los metió anoche en la pila al remojo. 

-¿Y por qué hoy no ha venido madre con nosotros?

-Es que te pones muy cabezona y ha decidido quedarse para  hacernos el cocido de garbanzos de todos los días.

-¡Vaya tostón! Siempre comemos lo mismo, sino son garbanzos, son alubias.

 -No te quejes que tú todavía no has pasado hambre, díselo a tus hermanos que después de la guerra, esa sí que fue una buena hambruna y  nosotros  no lo pasamos mal del todo.  ¿Te acuerdas de tu primo Clemente? Me lo tuvo que mandar su madre desde Madrid, porque al menos, teníamos una tierra grande, allí en Moradillo, de donde procedes por la parte materna,   y la cosecha de patatas, fue buena, muy buena.

 Y así pasamos  la mañana hasta que, al llegar las doce, oímos las campanadas de la iglesia de Pardilla que nos anunciaba la hora de marcharnos. Yo había sido capaz de juntar unas cuantas espigas de cebada, segadas por mi padre y formar algún que otro haz que mi progenitor agrandaba, hasta conseguir hacer una pequeña carga que el Brillante se encargó de transportar.

  Llegábamos a casa un poco agotados, pero en mi mente se ha quedado el recuerdo de aquellas mañanas de verano, donde mis padres consentían que yo me quisiera levantar al amanecer, para ir a segar, sin dejarme utilizar la hoz.

 

 

 (c) Texto y  foto: Luz del Olmo Veros  

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2 Comments:

Blogger Sor Austringiliana said...

Una gozosa mañana de verano en diciembre, con tus recuerdos más queridos, entre haces de espigas y en la mejor compañía. He sentido el viento de Pardilla en la cara. Gracias.
Besos

miércoles, 20 diciembre, 2023

 
Blogger Pedro Ojeda Escudero said...

Esas horas que pasábamos con nuestros padres eran un regalo verdadero que sabíamos apreciar porque para ellos toda la vida era esfuerzo y trabajo pensando en nosotros.

miércoles, 20 diciembre, 2023

 

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