DOS RASCACIELOS
Alicia antes de entrar, mira hacia arriba e intenta buscar el cielo.
Abre la boca un ascensor. Hombres, mujeres, niñas y niños andan, con zapatillas por una moqueta verde. No hablan, no ríen, sólo tienen prisa por llegar.
Puede subir de piso en piso, pero como todos, lo hace de diez en diez. Es tan grande que tarda días y noches en ver:
Que no hay hierba ni mosquitos, telarañas o primavera. No hay ojos de gato, ladridos de perro, manchas en los manteles ni ruidos de codorniz. No hay cerezas en los árboles ni rosas amarillas. Pero si encuentra: ceniceros, bombones, muñecos que hablan, estatuas y estatuillas, tazas de porcelana, mucho hierro y aluminio, mermelada envasada, papel y plástico en todos lados, pantallas de ordenadores, batas y chaquetas blancas, bombillas y fluorescentes, innumerables botones, armarios llenos de abrigos y algunas pieles de animales muertos.
No hace frío ni calor y no se oye la lluvia ni el rugir del viento, ni el bee de la ovejas, ni el cric del grillo , ni el muu de a vaca, ni el pío del pájaro , ni el cric rac de las ratas, pero se oyen los buf del cansancio, el plaf del objeto que se rompe, el clic de las máquinas, el mic de un juguete mecánico y el ring de los teléfonos; el mm por ver un pastel, el clin-clan de cucharillas y el abrir y cerrar de puertas .
No puede escuchar el SSSSS del aire o el silencio; está interrumpido por diferentes palabras en distintas lenguas y el rumor de las hojas del periódico.
Huele a desodorante y humo de tabaco. No hay perfume de glicinas ni árbol del paraíso. Imposible tocar la nieve o mirar el otoño.
Busca la luna y cuando llega al piso 176 se siente Asesinada por el cielo. Sólo tras el grueso cristal de la cárcel donde se metió, divisa fuego en una Isla que tiene una estatua a la que llaman Libertad.
Como no puede tocar el atardecer, mira hacia el suelo y encuentra: casas y coches tan pequeños que ella es gigante metida en otro gigante. Las luces forman ríos interminables y entonces se siente feliz porque imagina desde arriba, una ciudad de juguete.
Aunque quiere no puede salir por otro lado que no sea la
puerta de la calle. Sigue el camino de todos y espera que el cristal se
abra al contacto con el pie para pisar la ciudad que pudo ver cuando aún
estaba muy cerca de las nubes.
Así lo viste, y lo oíste y lo oliste, y lo sentiste. Nueva York con torres.
ResponderEliminarTe contesté a esta pero se ha debido perder en algún canalículo. Nueva York olía a silencio y a plastico, luego el olor a gritos y a ceniza lo cubrió todo. Federico hubiera cantado el dolor de las Torres Gemelas impactadas como lo hizo con los suicidas de la Bolsa.
ResponderEliminarTuvo que ser inolvidable. Besos.