Ha pasado mucho tiempo, desde que el poeta sevillano escribiera estas palabras, mientras recuerda el paso de España en guerra y Francia en paz. La nación vecina, poco tiempo después, como una buena parte de toda Europa, tampoco se libró de los enfrentamientos que aún sigue habiendo en diferentes lugares de nuestro planeta y sus incomprensibles luchas.
Esto me lleva a recordar la primera vez que crucé la frontera por Irún, para pasar a territorio francés, en un tren que nos llevaba en aquel septiembre de 1974 para llegar con las luces de la madrugada y así pude observar cómo los carteles, estaban escritos en francés, para llevarme al recuerdo de mi antiguas clases en este idioma, impartidas por una profesora nativa que también hablaba y escribía en un perfecto español.
Íbamos a Toulouse donde la familia de mi marido se había refugiado en territorio francés cuando tuvieron que huir, como muchos otros españoles, a causa de nuestra triste Guerra Civil y así llegamos hasta la bella ciudad de Albi, para después esperar un coche que nos acercaba a un pueblecito pequeño, lleno de viñedos y casitas bajas, rodeadas de huertos y jardines, donde la naturaleza me hacía recordar, al lugar de mi nacimiento. También, entre otros pueblos, visitamos la ciudad de Montauban, donde está enterrado, Manuel Azaña, el último presidente de la República Española.
En el país vecino, nos recibieron con toda amabilidad y cariño, sintiéndonos felices, al estar unos días por aquellos campos, donde la amplitud de sus horizontes, era un poco similar a nuestra Castilla en primavera, por ser terreno sin apenas montañas, pero también fuimos conscientes de cómo se respiraba esa libertad que en España, por entonces, no existía. Se podía hablar de todo y de todos, algo que en nuestra país, a pesar de estar a las puertas de una transición hacia la democracia, no había sucedido. El dictador aún seguía con nosotros.
A los pocos días de andar por allí y dejar de tomar clases para manejar la bicicleta que todas las personas utilizaban, decidimos coger Mariano y yo de nuevo el tren hasta París, porque ir a Francia y no ver París, es casi una herejía.
A la capital francesa, hemos vuelto varias veces y es una ciudad tan, tan hermosa ....que nunca te cansas de visitarla en el andar por su amplias y largas calles, para mirar y detenerte en los muchos edificios de interés, necesitando unos cuantos días, sabiendo que tendrás que volver, pues no puedes acaparar tanta belleza: Arco del Triunfo, Museos de Orsay, El Louvre, El Sacré-Coeur, en Montmartre, Notre Dame, La Torre Eiffel, los Jardines del Trocadero..., el paseo en barco para turistas por el río Sena... pero yo siempre me quedo con La Sainte Chapelle, aquellas vidrieras, vistas en un día de sol, me impactó de tal forma que si vuelvo, hace tiempo que no vamos, es lo que siempre quiero visitar.
Francia, nunca te podré olvidar en especial, por esa libertad, que por fortuna, ahora también se respira por aquí, en nuestra España porque a pesar de todo, vivimos en democracia.
(c) Texto y Fotos: Luz del Olmo Veros
La guerra es una locura colectiva e incurable, al menos nadie ha encontrado la cura. Seguimos.
ResponderEliminarEn 1974, yo también asomé un poquito a Francia y era evidente que era otra cosa, que vivíamos en una dictadura, aunque pir entonces se disfrazaba de dictablanda.
Gracias por traernos a Cernuda y sus palabras.
Besos