jueves, septiembre 04, 2025

LO VICIADO








Cuando tenía dieciséis años y ya había terminado  mi Bachillerato  Superior  con las monjas, siendo huérfana de padre porque él había muerto hacía tan solo un año antes,  ya  no podía seguir en el Colegio de las madres Agustinas, pues las clases se terminaban con el Sexto y Reválida de aquellos años sesenta,  dónde obtuve mi título. Por ello, sabía que mientras  mis compañeras internas y externas, seguramente pasarían al Preu, que  por entonces, así se llamaba, lo que hoy es la Selectividad,   yo  tenía que buscarme un trabajo para poder sobrevivir. 


Mi madre se quedó sola en el pueblo, pero acompañada de vecinas y vecinos dónde le ayudaban con  cariño. Mis hermanos no estaban, pues el uno andaba  por Chile  de sacerdote y el otro,  ya había encontrado  trabajo en una ferretería importante de la capital, mientras vivía en una pensión cerca de Atocha. Y yo, después de haber aprobado mi  último curso de estudios de aquellos años sesenta, irremediablemente,  tenía que ponerme a trabajar para poder sobrevivir. 


No tuve mucha suerte con los señores y en especial señora, pues el marido se iba de caza  y  se ausentaba con frecuencia de su familia,  dónde me junté con una ama de casa bastante desagradable,  una cocinera  y también una doncella,  cómo por entonces correspondía a estas familias de apellido compuesto. 


Teóricamente yo era la institutriz de las niñas y les ayudaba a  despertar  y prepararse  por la mañana temprano para ir andando hasta el colegio de  esas monjas agustinas donde también yo estudié. Después volvía a la casa  y tenía  tiempo libre, pues mi obligación consistia en atender a las niñas,  por ello,  hacía varias  veces  este camino  de ida iy vuelta: ir por la mañana, hacer  mi trayecto con ellas, volver a la casa y la  hora de comer,  ir a buscarlas, llegar hasta la calle Goya,   para ponerles la comida ya hecha por la cocinera y  volver  a hacer el  mismo camino, de ida y vuelta,  por la tarde.   También me ocupaba de que estas niñas tuvieran los uniformes limpios y en especial los zapatos, sin olvidarme de la ayuda en sus  deberes escolares.


Eso  no duró muchos días, pues cómo yo tenía bastante tiempo libre, a la señora se le ocurrió que mientras esperaba, podía ir limpiando el polvo en los numerosos adornos que el piso tenía  y después me iba añadiendo tareas como el ir  a  la compra con ella y su sirvienta, para enseñarme  cómo lo  debía de   hacer, pero  a mí me pareció que si yo estaba de institutriz, me ocuparía de las niñas y no de la compra, por ello empecé a pensar y cuando quiso mandarme  al supermercado yo le dije qué no me habían contratado para ello.  Obviamente  le sentó muy mal, pero a la persona que limpiaba  sí se le ocurrió que yo podía salir con ella los domingos  y qué me iba a presentar a algunos chicos porque  entonnces lo íbamos a pasar muy bien. 


Debió ser  influencia del Todopoderoso ante los ruegos de  mi hermano el cura,  que siempre le rezaba  a Dios por mí,  el que me debió  mandar algún mensaje del cielo, pues se me encendió una lucecita  y tuve claro que allí me estaban insinuando algo y qué debía salir cuanto antes de aquella casa.  Por ello,  esa misma mañana, hice mi maleta y  entonces fue   cuando la señora se dio cuenta de mis intenciones de cómo iba a dejar su casa y obviamente me preguntó por mi salida tan precipitada.  La ignoracia es muy atrevida  y yo le  contesté diciendo  qué no  quería seguir trabajando allí y me iba de su casa. Se quedó   sin poderlo creer, se enfadó mucho y yo cogí mi maleta y volví al colegio. No recuerdo si me pagó o no, los pocos días de este mi primer trabajo.


Pasado no mucho tiempo, tuve bastante mejor suerte, pues las monjas me buscaron  otra casa para dar clases particulares por las tarde, a un niño y una niña encantadores,  junto con su madre y aquí voy a dar el nombre, la familia Tudanca, dónde disfruté enseñando a mis primeros alumnos y  dónde sentí su cariño hacia mí. Los he perdido en el tiempo y a veces he preguntado por ellos, ya que tienen negocios con este nombre y  es a   esta familia la que siempre recordaré con muchísimo cariño.





(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros