jueves, noviembre 30, 2023

OTOÑO

  

                                                

                                                



Cuando me subía a aquella ventana pequeña de la cámara,  llamada tronera, que daba a un tejado  donde crecía el musgo;  podía divisar el paso de todas las estaciones del año que se iban sucediendo,  en mi corta vida de entonces, aunque bien sabía diferenciar cuando el otoño llegaba  y se precipitaba primero en su diverso  colorido de las viñas, porque ya los racimos de las blancas y negras, junto con algunas “tetas de vaca”, estaban listas para la vendimia, acompañadas  por el color amarillento de los árboles, en la alameda del arroyo, con  el nombre del pueblo que me  vio nacer y crecer, en sus calles sin asfaltar  y   sus casas con algo de adobe y mucho de piedras recias y resistentes, en los años que habían  pasado y pasan, como aquellas estaciones que en mi niñez, yo contemplaba y aún  contemplo,  en este mismo paisaje que los años, todavía no han borrado.

 Allí, en lo alto sigue el centenario enebro solitario, que tiene la suerte de  otear en su  día a día, estación a estación, todo lo que ocurre desde su altitud lejana,  en el ir y venir con el  despertar del pueblo, pues la luz de la amanecida, es la primera en acompañarle,  hasta que el  propio trascurrir de las horas con sus días, van empezando y terminando,  mientras este enebro o sabina, espera con paciencia, las visitas que tendrá, más en verano que en invierno, de todas aquellas personas que hayan decidido recorrer, los caminos de tierra y piedra, de aspecto rojizo,  para recibir más de un abrazo en sus ramas, algunas tan gruesas como los años que las sustenta.

 Otros árboles como los almendros y encinas le acompañan, pero él siempre es el que domina el paisaje y no tiene otoño, porque sus hojas, son inmutables.


(c) Texto y foto: Luz del Olmo Veros 

 




4 comentarios:

  1. Y cuando paso por la carretera en dirección a Madrid, no dejo de mirar hacia la izquierda, porque sé que en un punto determinado puedo ver ese enebro centenario, constatar que sigue ahí, ojalá para siempre.

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  2. A donde quiera que vayas habrá una tronera para pensar al enebro perenne. No se secará nunca.

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  3. Carmen, no sabemos lo que puede pasar, pero yo también quisiera que ese enebro que se ve desde tantos sitios, permaneciera en el tiempo, como siempre ha permanecido y permaneces, en mis pensamientos y recuerdos.

    Besos

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  4. Sor Austri, esa tronera ya no existe como tal, pero las vistas que diviso desde el lugar donde estaba, siguen sucediéndose en el paso de las estaciones.

    Besos


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