viernes, diciembre 29, 2023

POETA

 

                                                    

No lo recuerdo muy bien, pero es muy posible que yo tuviera unos diez años, cuando mi tía Cayetana la cocinera, pasaba con sus señoritos, por  la Nacional I,  en su camino  de veraneo en   Burgos, pues los Plaza  tenían la costumbre de veranear en la capital de la provincia, no sin antes  hacernos una pequeña visita en Pardilla


Con  bastante tiempo de antelación, mi tía escribía una carta a mi padre, donde indicaba cómo teníamos que preparar la comida y dónde se iba a llevar a  cabo. Antes de leer su escrito,  tanto mi padre como mi madre, sabían leer, la  que más protestaba era La Nico,  porque en realidad, sabía muy bien que era la  encargada de prepararlo todo y no le hacían ni pizca de gracia, las órdenes de mi tía y menos el que vinieran los de Madrid a comerse el  mejor pollo del corral, siempre bajo la supervisión de su cuñada, que a pesar de no decir nada delante de ella, yo sí sabía por sus rezongues, lo opinión que tenía mi madre de  la  hermana de mi padre. No obstante, ella  que siempre fue sufrida y callada, lo que más la importaba era  que los visitantes se fueran contentos.


Como nuestra casa era pequeña y laberíntica, pues en realidad  estaba  formada por dos que juntaron en una, haciendo una abertura en la pared de la cocina y mi tía la conocía muy bien, pues había nacido en ella, nos mandaba que fuésemos hasta Ríofresno y allí en la alameda hacíamos una comida campestre  junto a La fuente de los pájaros, siempre revisada por la cocinera principal, que era obviamente,  mi tía  y aunque me ayudó mucho,  la recueedo con  el don de ser  siempre la capitana del barco.


En estas idas y venidas me traían los señores Plaza un regalito y cómo al final se enteraron que yo frecuentaba su biblioteca, algo que nunca me prohibieron,  en esta ocasión, me regalaron nada más y nada menos que las Rimas y Leyendas, del sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, que yo leí  y releí aprendiéndome de memoria algunos de sus versos como estos de su  rima LXXIII.

Cerraron sus ojos

que aún tenía abiertos,

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando,

y otros en silencio, 

de la triste alcoba

todos se  salieron...


Y  en especial, la repetición de aquellas  inquientantes palabras:


   -¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos!


Por todo ello, la venida de los Plaza hasta Pardilla,  era un acontecimiento, en los veranos que yo pasaba en mi pueblo, arropada por la amplitud de los campos  de la cosecha que había sido sembrada, escardada, acarreada,  trillada y  veldada en su recogida de avena, centeno, cebada y trigo, para llegar al  invierno en el descansar de las faenas del campo, pero no de los animales que  también  tenían su cuidado, mientras yo volvía a Madrid, para seguir  descubriendo y aprediendo muchas cosas útiles y otras no tanto, en el Colegio de la Inmaculada Concepción, de la calle General Pardiñas  en su nº 34 y desde el primer momento de traspasar su gran puerta, añorar las vacaciones pasadas en el estío, deseando volver en las Navidades, al lugar donde podía disfrutar mejor de mi libertad.


(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros 


 


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1 Comments:

Blogger Sor Austringiliana said...

Leyendo tu relato, con quien empatizo es con tu madre. Con el trabajo del campo y encima agasajar a gente extraña y con la mandona de su hermana.
El libro de Bécquer hizo poetas, ya dijo don Gustavo que podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía. Cuando el mundo no nos gusta es un escape escribir, y leer, le pasó al genial sevillano, les pasó a tantos, pasa...
Poesía duerme, sólo despertarla, saber despertarla, con buenos despertadores. Paisaje, lecturas y sentimientos. Sigue con ellos.

viernes, 29 diciembre, 2023

 

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