Algo que siempre me ha gustado y tengo la posibilidad de extasiarme en sus colores, son los atardeceres que puedo ver cuando el sol, poco a poco, nos va diciendo adiós, entre nubes o sin ellas, para volver otra vez en ese círculo mágico que es la sucesión de los días con sus noches.
Yo también, cómo Cernuda, puedo subir a la azotea o terraza de mi casa y desde este lugar, poder mirar los amaneceres a lo largo de los días qué van pasando, sin prisa, pero sin pausa, en ese correr del tiempo en su constante movilidad, que me van acompañando en el gran avatar que es esto del vivir.
Mi vista puede tener el horizonte del cielo en sus múltiples movimientos y así poder contemplar, sí he madrugado lo debido, los cielos límpidos y sin nubes, pero también lleno de ellas en su color, orden y concierto. Sin embargo, lo qué es el atardecer, a no ser que al cielo le haya dado por ponerse el vestido largo y se cubra por completo, lo tengo que mirar en otra dirección y suelo hacerlo, cuando en la tarde, mis paseos vespertinos y dependiendo un poco del tiempo en su caminanr, me van llevando a esa laguna del Raso, que me tiene ya muy conocida y yo a ella, para poder contemplar cómo los rayos del sol se reflejan en el agua quieta, con leves ondulaciones acompasadas por un apenas percetible aire que las va acunando, porque poco a poco vendrá la noche y aunque siga en su vaiven, el agua quedará dormida y yo aunque quiera, no podré verla y sí imaginarla, después de un atardecer, cómo ha sido el que mis ojos miraron en el instante, apenas detenido, en esta foto qué dejo aquí.
(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros
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