Y EN INVIERNO LA NIEVE
En los días de diciembre y enero mi padre, se levantaba más tarde de lo habitual y lo primero que hacía, era el asomarse por la pequeña ventana que daba a nuestra habitación en forma de L, donde mis primogénitos dormían en la parte más larga y yo en la más corta, en distintas camas y obviamente de diferente tamaño, pero las dos tenían en común los colchones de lana que en primavera y verano, se vareaban, oreaban y también los deshacían, para que la lana no se apelmazara.
Era muy común que el Teodosio, con sobrenombre de El Troneras, en estos días de nieve, sin abrir aquel ventanuco de madera con un trozo de cristal, que había en la habitación donde dormíamos, podía ver cómo estaba el callejón de la que siempre fue nuestra casa y no era raro que en los inviernos me despertara para decirme:
-Mari, Mari, hoy está todo el callejón blanco y sigue nevando con copos grandes, para añadir todo contento, la muletilla que siempre me decía, cuando se encontraba con la blancura que cubría la tierra.
- Hoy, quietos en la nieve. Esta nevada, es buena para los que vivimos en los pueblos. Hoy no tenemos que ir a trabajar. Los de Madrid, acudirán a sus trabajos con nieve o sin ella. Alguna ventaja tendremos los que nos pasamos la vida en el campo.
Y cuando esto oía, yo me levantaba sin importarme el frío que hacía por la habitación, pues el brasero que teníamos debajo de la mesa camilla, se había apagado en sus brasas, mientras nos reflejaba un espejo colgado en la pared de adobe, para asomarme con mi progenitor y compartir aquella sensación de alegría que nunca se me ha ido, aunque hayan pasado ya muchos años, junto a las palabras que me repetía , cada vez que este fenómeno blanco, llegaba al callejón de nuestra casa. Y así seguía hablando conmigo, para decirme que en este día nos quedábamos bien resguardados y disfrutando del temporal nevado de estos inviernos cuyo gran protagonista era el intenso frío de Castilla la Vieja, que se decía por entonces.
Quizás sea por ello que si hay nieve en las calles, yo siento alegría. A no ser que venga una Filomena como la de hace unos años, donde ese Quietos en la nieve de mi padre, se convirtió en una auténtica pesadilla.
Al recordar mi primera habitación, me viene a la mente la pared blanca y enjalbegada, donde para mí, era lo primero que veía al despertar y cómo me gustaba escribir en esa pared, a pesar de las regañinas de mi madre, con un sarmiento fino, cogido de las gavillas que teníamos en la cocina para encender el fuego, palabras que me inventaba, quizás sea por ello, que siempre me gustó imaginar y escribir.
Cuando estoy tecleando en el ordenador de este siglo XXI, me llaman al móvil. Es mi sobrina y me dice que mi hermano Rafael, a sus 91 año, esta noche ha fallecido. Él que fue el primero en salir de nuestra casa para ser sacerdote siendo el mayor, ya no está con nosotros. Descansa en Paz.
Texto escrito el 18 de noviembre de 2024 y corregido unos días después.
(c) Texto y fotos : Luz del Olmo Veros
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