sábado, diciembre 30, 2006

CUENTO-EL BESO



EL BESO


Al despertar de aquel día me encontraba muy débil y apenas si pude incorporarme del camastro donde me había acostado la noche anterior. Tenía la impresión de haber dormido mucho y de no salir todavía del sueño.

Con dificultad conseguí levantarme y cuando intenté poner los pies en el suelo, mis piernas se balanceaban como las cañas de bambú movidas por el fuerte viento.

Sufría en la cabeza un dolor intenso y las sienes me golpeaban como los rápidos del río.

Al ver que mi cuerpo no respondía, decidí acostarme otra vez y vagamente, porque los ojos se me cerraban como una pesada losa, comencé a recordar:

Cuando el sol tiñe de púrpura la sabana, como otras veces, me había acercado a los pantanos de las llanuras de Kamolondo, cerca de los lagos, y allí pesqué tantos peces que pensé llevarlos al día siguiente,  al mercado de Kinshasa. En todo ese tiempo no sentí nada especial, sólo el calor de la estación seca, me hizo evocar a mi joven y guapa esposa que un día de agosto perdí por culpa de una enfermedad tan rara, que el hechicero fue incapaz de curarla.  En  ese momento  las lágrimas se me escaparon y quizá por eso,  percibí como si su espíritu me pinchase muy cerca del corazón.

Ahora sé que nunca iré a la ciudad y que nadie podrá vender mis peces. La nebulosa en que me encuentro me trae un olor fétido y Ondondgo Muana Mayi, el maestro de la palabra, como a él le gusta que le llamen, no pasará por esta choza hasta la tercera luna y aún estamos en la primera. Ya para entonces mi olor se habrá fundido con el olor del pescado.

Cada vez tengo más sueño y cada vez me voy alejando más y más de este mundo.

Muana Mayi me había advertido en su anterior estancia:

No siempre los cocodrilos son los animales más peligrosos del río Congo. Procura no ensimismarte en los pantanos, allí un día la mosca tse-tse puede enamorarse de ti y darte el beso del sueño que te llevará a la muerte. Si quieres saber su nombre científico, los médicos de otros lugares,  llaman a esa enfermedad,  tripanosiomiasis.

Sé que entonces cerré los ojos amé la muerte y quede dormido para siempre.


 (c) Foto AC  y texto: Luz del Olmo

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

HOla.
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Un abrazo.

sábado, 30 diciembre, 2006

 

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