Cuando
Andrea en la madrugada del domingo 9 de noviembre de este 2014,
llegó al aeropueto del Prat, procedente de Canarias, el tráfico de
aviones, era escaso. Rememoró entonces la primera vez que visitó
Barcelona, cuando ella era una muchachita pueblerina de dieciocho
primaveras, allá por los años de mil novecientos cuarenta y tantos
en plena posguerra y férrea dictadura del General Franco.
Ahora es una viejecita y en esta noche , nadie ha venido a recibirla,
pero a diferencia de entonces, su pensión de jubilación le da para
poder coger un taxi de los aparcados en la puerta de salida.
Lléveme
a la calle de Aribau ¿ Sabe dónde está?
Por
supuesto- contesta con prontitud el muchacho joven y bien parecido
que le ha tocado de conductor.- Me hicieron leer en el Instituto la
novela de Carmen Laforet. Su título es: NADA.
¿
Qué pasa que hay tanto alboroto en las calles?- Pregunta Andrea,
cambiando de conversación.
¿Es
posible que no se haya enterado?
¡Ah!
Sí por dios. ¡Se me había olvidado! Mañana, mejor hoy, es lo del
Referendum por la Independecia de Cataluña
¿Referéndum?
No, no señora, que no nos dejan. Lo que sí hay es una Consulta.
Ya,
ya, consulta. Ahora comprendo.
Andrea
decide ser prudente y callarse, haciendo todo el trayecto en
silencio y reflexionando lo mucho que ha cambiando la ciudad de
Barcelona desde aquella ocasión que tuvo el placer de conocerla.
Porque si pone en una balanza, lo bueno y lo malo, ha de decir que el
platillo de la báscula se inclinará, después de todo, hacia lo
positivo.
Esta vez su equipaje era ligero, sin embargo las
palabras del taxista fueron las mismas:
-Aquí es
El portal
cerrado se abrió al contacto de la llave que ella previamente había
sacado de su bolso.Por fortuna, los actuales vecinos habían
instalado un ascensor y sin ningún temor al piso que en otro
tiempo fue testigo de sus pesares y sinsabores, la invadió una gran
alegría al sentirse en su propia casa que lo era de hecho y por
derecho, gracias al testamento de su querida abuela que ya hacia
demasiados años había muerto.
Nada que
ver el ambiente sórdido y opresivo de aquel primer trance en este
mismo lugar. Todo estaba cambiado. Siendo ya propietaria, lo primero
que hizo es tirar todos los muebles viejos y desvencijados que
tanta angustia le habían producido en el tiempo que tuvo que vivir
con sus familiares maternos. Ellos, por fortuna podría decir,
tampoco se hallaban para recibirla.
A pesar de
lo avanzado de la hora y estar en pleno otoño con lluvia en la
calle, Andrea, abrió todas las ventanas y balcones. Era una
costumbre que había cogido porque necesitaba que el aire entrase para ventilar aquel piso, que había cambiado de arriba
abajo, con unas manos de pintura en paredes y mudanza en suelos y
puertas para que nada le trasportara,hasta aquellos años tan
axfisiantes que ella vivió en este piso de la calle de Aribau.
Cuando
tomó posesión de la vivienda , sus antiguos habitantes ya habían salido.
La tía
Angustias, fue la primera en irse hasta el convento de monjas,
llevándose su problema tan bien reflejado en su nombre, por no
haber vivido la vida que en realidad le hubiese gustado tener, junto
al hombre que siempre fue su gran amor. Nunca se atrevió a rebelarse para
hacer lo que de verdad a ella le gustaba. Las monjas fueron testigos
hasta su muerte, de esa desazón que siempre la acompañó y que la iba expandiendo hacia todas las personas que tuvieran la desgracia de estar
cerca de ella, como así le pasó a Andrea.
Gloria por
fin, un día decidió dejar de tener miedo y escaparse con su hijo,
sin dejar ningún rastro, liberándose de esta forma, de las contínuas palizas
que su marido, Juan, le propinaba, además de aguantar las crueles
bromas que le hacia su cuñado Román. Ahora estaba otra vez
felizmente casada en su vejez, con un hombre bueno que se había quedado viudo y
los dos se encontraron en el camino con experiencias de sufrimiento.
En cuanto
a los otros dos tíos de Andrea, tanto Juan como Román, tuvieron trágicos finales. El uno y el otro que siempre habían
vivido en una simbiosis dañina, consiguieron poner fin a sus mentes atormentadas que tanto mal les
hicieron así mismos y a todos aquellos que intentaron quererlos. Ni tan siquiera
la música y la pintura fueron capaces de salvarlos.
La criada
Antonia también desapareció llevándose a Trueno, el perro que
quedó sin dueño.
Andrea, ya
en su cofortable cama y ventilada la casa, se queda dormida. Horas después y a pesar de su avanzada edad, se encuentra con fuerzas para este domingo que amaneció con algo de lluvia en
Barcelona, salir descansada y alegre a la ciudad para
observar y sentir, esa verdad no sopechada que tan bien sabía
meterse en su piel, mientras el tiempo y la vida iban pasando,
porque aunque fuese pura rutina, siempre ocurria algo.
Luz del Olmo
Continuará
Etiquetas: Carmen Laforet Nada, Lectura de la Acequia
5 Comments:
Recrear este regreso es todo un acierto. Todo está cambiado y, sin embargo, llevamos dentro los mismos miedos...
jueves, 13 noviembre, 2014
Todo ha cambiado en esa Barcelona de la viejecita Andrea. Llega feliz e ilusionada, como a los dieciocho años. No goza ya de la fuerza de la juventud pero lo compensa con la experiencia de vida vivida. Este piso Aribau no es el piso Aribau maloliente y de muebles arracimados. No ha habido desilusión, algo que tal vez la ancianita Andrea pensó. ¿Y si no es lo que espero'
Pisos Aribau nos acechan en cualquier sitio, todo lugar en que las ilusiones pasan por una trituradora. Ya te lo comenté, tuve mi piso Aribau y no era un piso.
Un abrazo, gracias tu juego literario. He disfrutado con él. Pongo en facebook tu entrada.
sábado, 15 noviembre, 2014
Muy interesante esta forma de afrontar la novela, hacéndola volver como una viejecita, y todo lo que conlleva. Una idea muy original y muy bien escrito.
Besos, Luz.
sábado, 15 noviembre, 2014
Refrescando la memoria sobre una obra que leí hace tanto tiempo. Una delicia leerlo de esta manera que tú lo expresas.
Besos
sábado, 15 noviembre, 2014
Pasan los años, las costumbres cambian. Lo aceptado se convierte en inservible, pero los lugares permanecen inmutables con el mismo sol de la infancia y el mismo aire que compartir.
No hay sorpresa en la expresión de la protagonista que regresa a las mismas calles de juventud.
Un abrazo.
domingo, 16 noviembre, 2014
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