miércoles, marzo 20, 2024

VIAJES


En  mi ya un poco larga vida, he de decir que sí he viajado, en especial por España y por Europa. Una sola vez, hemos cruzado el charco y nos presentamos en la ciudad de los rascacielos, Nueva York, donde escribí este poema:
                                                    
                                                        
                                             
                                  Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

no pudieron mirar

las casas negras de Harlem

para conocer su voz.


Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

no pudieron ver 

el interior de la Manzana 

cuando llueven aguas 

estancadas, putrefactas 

en Manhattan.


Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

casi miraron los niños 

y nunca vieron sus ojos.


Tan solo captaron:

la parada en los semáforos 

con los taxis amarillos

el humo y sus olores 

las tiendas escarlata

la prisa en los paseos 

y el graffiti de los muros .


Estos ojos míos 

pasearon la mirada 

del turista en vacaciones.


Hay otros viajes  que  marcaron para siempre mi vida y no fueron nada agradables, siendo   el más triste y especial,  el de aquel  26 de septiembre de 1964,  cuando  yo tenía  quince años,  porque el Teodosio, apodado el Troneras,  lo hizo de forma repentina y  definitiva, para no volver nunca más y desde entonces, tenerlo solo en  mi  imborrable recuerdo. 

Quiso el destino que yo me encontrase,  en el momento de su muerte, a  unos  cuatro cientos kilómetros de distancia, pues  iba acompañando a mi tía Cayetana, hallándonos  en la ciudad de Zaragoza, para recoger las cenizas de mi hermano Evencio, muerto  cinco años antes, supuestamente ahogado por un corte de digestión, en el río Huerva. Algo he investigado sobre su repentina muerte y no me  acabo de creer esta  versión oficial del Ejército del Aire, de aquellos años.  Mis padres cuando llegaron desde Pardilla a Zaragoza, ya lo había enterrado  y no  pudieron ver  a su hijo,  que acababa de morir.

Por  esas fechas, mi hermano Rafael, el  cura agustino, estaba por Talca (Chile) de tal forma que por la mañana recibió la carta de mi padre felicitádole por su cumpleaños y por la tarde, un telegrama donde le anunciaban que su progenitor había muerto. 

Y saltando de un lugar a otro, el viaje que me propone Luis  Cernuda, se refiere a cómo  el poeta viajó a través de los libros  que poseía en la biblioteca de sus padres. 

Uno de  mis primeros libros que me  regalaron para  poder viajar, con su  lectura,  me   lo proporcionó el señor Luis, casado con la señora Rufina, a los que llamábamos Los Gordos, y fue nada más y nada menos que La Isla del Tesoro de Steveson. Recuerdo que me  encantó. Ellos también nos ponían películas de Charlot de cine mudo y nos preparaban chocolate. 

Nos gustaban aquellas noches de verano en La Isla, como así se llama el barrio  de Pardilla donde nací   y  cómo  venían toda la chiquillería, para disfrutar  por las calles  de nuestras tierras  castellanas, cuando el gran calor del día, ya se marchaba  y  al llegar la noche, se convertía en la brisa fresca que nunca he olvidado y que todavía disfruto,  llevando en el recuerdo a mis seres queridos, que se fueron demasiado pronto, como  mi hermano Evencio, mi padre Teodosio y  ya algo más tarde, casi llegando a sus 90 años, se fue también en su  Viaje definitivo, mi  querida madre Nicolasa Veros. 

(c) Texto y foto : Luz del Olmo Veros 



2 Comments:

Blogger La seña Carmen said...

¡Cómo se cruzan los recuerdos de esos viajes!

Muy bien elegida la foto. A donde nacimos, siempre volvemos.

miércoles, 20 marzo, 2024

 
Blogger Sor Austringiliana said...

Toda la vida es viaje y los viajes vida son. Y lis recuerdos también son viajes.
Besos

domingo, 24 marzo, 2024

 

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