VIAJES
de mil novecientos noventa y uno
no pudieron mirar
las casas negras de Harlem
para conocer su voz.
Estos ojos míos
de mil novecientos noventa y uno
no pudieron ver
el interior de la Manzana
cuando llueven aguas
estancadas, putrefactas
en Manhattan.
Estos ojos míos
de mil novecientos noventa y uno
casi miraron los niños
y nunca vieron sus ojos.
Tan solo captaron:
la parada en los semáforos
con los taxis amarillos
el humo y sus olores
las tiendas escarlata
la prisa en los paseos
y el graffiti de los muros .
Estos ojos míos
pasearon la mirada
del turista en vacaciones.
Hay otros viajes que marcaron para siempre mi vida y no fueron nada agradables, siendo el más triste y especial, el de aquel 26 de septiembre de 1964, cuando yo tenía quince años, porque el Teodosio, apodado el Troneras, lo hizo de forma repentina y definitiva, para no volver nunca más y desde entonces, tenerlo solo en mi imborrable recuerdo.
Quiso el destino que yo me encontrase, en el momento de su muerte, a unos cuatro cientos kilómetros de distancia, pues iba acompañando a mi tía Cayetana, hallándonos en la ciudad de Zaragoza, para recoger las cenizas de mi hermano Evencio, muerto cinco años antes, supuestamente ahogado por un corte de digestión, en el río Huerva. Algo he investigado sobre su repentina muerte y no me acabo de creer esta versión oficial del Ejército del Aire, de aquellos años. Mis padres cuando llegaron desde Pardilla a Zaragoza, ya lo había enterrado y no pudieron ver a su hijo, que acababa de morir.
Por esas fechas, mi hermano Rafael, el cura agustino, estaba por Talca (Chile) de tal forma que por la mañana recibió la carta de mi padre felicitádole por su cumpleaños y por la tarde, un telegrama donde le anunciaban que su progenitor había muerto.
Y saltando de un lugar a otro, el viaje que me propone Luis Cernuda, se refiere a cómo el poeta viajó a través de los libros que poseía en la biblioteca de sus padres.
Uno de mis primeros libros que me regalaron para poder viajar, con su lectura, me lo proporcionó el señor Luis, casado con la señora Rufina, a los que llamábamos Los Gordos, y fue nada más y nada menos que La Isla del Tesoro de Steveson. Recuerdo que me encantó. Ellos también nos ponían películas de Charlot de cine mudo y nos preparaban chocolate.
Nos gustaban aquellas noches de verano en La Isla, como así se llama el barrio de Pardilla donde nací y cómo venían toda la chiquillería, para disfrutar por las calles de nuestras tierras castellanas, cuando el gran calor del día, ya se marchaba y al llegar la noche, se convertía en la brisa fresca que nunca he olvidado y que todavía disfruto, llevando en el recuerdo a mis seres queridos, que se fueron demasiado pronto, como mi hermano Evencio, mi padre Teodosio y ya algo más tarde, casi llegando a sus 90 años, se fue también en su Viaje definitivo, mi querida madre Nicolasa Veros.
(c) Texto y foto : Luz del Olmo Veros
2 Comments:
¡Cómo se cruzan los recuerdos de esos viajes!
Muy bien elegida la foto. A donde nacimos, siempre volvemos.
miércoles, 20 marzo, 2024
Toda la vida es viaje y los viajes vida son. Y lis recuerdos también son viajes.
Besos
domingo, 24 marzo, 2024
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