Tranvia de Madrid, Plaza de Castilla a Cuatro Caminos , Fondo : J.J. Olaizola
( Quizá esta pequeña vivencia, no
tenga mucho que ver con Sefarad, el libro que estamos leyendo, de
Antonio Muñoz Molina, pero al leer en sus páginas y observar lo
importante que es Madrid en la novela, junto con la presencia
de la Guerra Civil, me ha sugerido este pequeño escrito. )
Cuando yo llegué a Madrid, tenía ocho
años. Eran los finales de los 50 del pasado siglo XX. No recuerdo
quién me trajo hasta la capital, pero estoy segura que fue en el
autobús de línea de la empresa Albarrán, que subía y bajaba el
puerto de Somosierra, por empinadas curvas y desde la
ventanilla, puede observar con decepción, que el famoso puerto no
tenía barcos, como yo siempre había pensado, al imaginar el
nombre que oía en las conversaciones de los mayores.
Me llevaron a casa de mi tía Gabriela
en Orense, 25. Por entonces, era el final de la calle, porque a
partir de ese número, se extendía el campo. No obstante, cuando me
asomaba a la terraza- ella vivía en el último piso- podía observar
cómo unos monstruos de hierro se movían entre la polvareda y el
barrizal y a lo lejos podía divisar casas muy altas llenas de pisos.
Mi aterrizaje en Madrid estuvo lleno
de cambios. Me cambiaron los vestidos blancos y largos por otros,
cortos y llenos de alegres colores. También me cambiaron el peinado
de dos trenzas, por una cola de caballo. Mis dos primas, eran
modistas y ellas fueron las artífices de mi transformación personal
y quién sabe si también, de mi forma de ver la vida. Guardo con
cariño una foto hecha con las palomas de Cibeles, donde se me
puede ver muy distinta a mi llegada del pueblo, junto con mi
hermano Evencio. Hermano que perdí en extrañas circunstancias,
tan solo unos pocos años después.
Aquí, en la capital, oía poco hablar
de la pasada guerra civil, porque en casa de mi tía, era algo que
no se mentaba. Sin embargo, en el pueblo y en especial a mi tío
Eusebio, no paraba de relatarme, cada vez que nos veíamos, cómo él
estuvo en las trincheras nacionales y de todo lo que allí le había sucedido,
dándome todo tipo de detalles, de los numerosos lugares
donde había batallado. Era algo obsesivo en él. Por el contrario,
tuve que oír, bastante años después, cómo la tía Gabriela se
había quedado viuda, porque a su marido lo habían matado en la
famosa guerra.
Otras de la novedades que tuve al
llegar a Madrid, fue el poder montar en un tranvía, que recorría todo el Paseo de la
Castellana y disfrutar, también por primera vez, de los "caballitos" en una verbena. Mis primas me dieron una peseta, que
mantuve todo el tiempo en la mano, mientras me divertía, del subir y
bajar en el caballo de madera. Al señor que mandaba aquella
atracción, se le olvidó cobrarme.
Con el pasar de los días, estrené el
metro de Madrid en su línea 2, y esta vez fue mi
hermano, el que me llevó al Barrio de la Alegría para ver a mis otros
primos, haciendo el trayecto de Cuatro Caminos a Ventas. Este barrio
era muy diferente a la calle Orense. Era un lugar de casitas bajas,
como las del pueblo, pero más pequeñas y todas dispuestas en
hileras. Las calles estaban sin asfaltar y entre el polvo y el barro,
hice todo mi recorrido, manchándome mis zapatos nuevos, hasta
llegar a donde vivía mi prima Carmen y sus hermanos. La casa era
pequeña, pero tenía patio.
No recuerdo sus conversaciones y pero sí, sé, con toda seguridad,
que tampoco hablaron de la guerra. Tuvieron que pasar muchos, muchos, años
después, para saber cómo mi tío Eugenio, había sido detenido por
comunista y se libró de la muerte, gracias a las influencias, del
“Señor” donde mi tía Cayetana ejercía de cocinera, ya que él
era militar. No obstante mi tío Eugenio, murió pocos años después
por una gran pulmonía que había cogido en la cárcel, a causa de
las malas condiciones en que vivía. A consecuencia de ello, su
mujer, tuvo que ser ingresada en un manicomio y a penas pudo
sobrevivir a su marido.
Yo , por supuesto, fui ajena a todo lo
que había sucedido a mi familia durante esta guerra y ni tan siquiera mi padre, que siempre me contaba y contaba historias y
cuentos, de hechos pasados y vividos, poco me habló de la contienda
ocurrida en España en los años del 36 al 39. Era algo oculto y
oscuro, como aquellas sociedad de finales de los 50 y principios de
los 60, donde, paradojas de la vida, yo la recuerdo, como feliz.
Luz del Olmo
Etiquetas: Antonio Muñoz Molina, Lectura de la Acequia, mis textos, Sefarad
4 Comments:
Gracias por compartir estos recuerdos. Sí tiene que ver con Sefarad: en el fondo, es la historia de los desplazados de la infancia.
Besos.
jueves, 14 mayo, 2015
Aquel Madrid de mi infancia...
viernes, 15 mayo, 2015
A mí me llevaron a Madrid con ocho años también. Y como a ti me llamaron mucho la atención los tranvías, autobuses con antenas enganchadas a un cable. Pero nada como el elefante de la Casa de Fieras. Yo no tenía familia en Madrid, no hubo visitas familiares. Madrid era algo muy lejano, quién me iba a decir a mí que iba a vivir dieciséis años en un pueblo de Madrid. Y que iba a aprender lo de ser de pueblo...en Madrid.
El exilio de la infancia, ya no podemos volver. Hay mucho Sefarad en tu escrito.
Besos, Luz.
viernes, 15 mayo, 2015
Gracias por compartir con nosotros estos recuerdos tuyos, Luz.
Besotes
lunes, 18 mayo, 2015
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