LOS PARQUES
A lo largo de los tiempos, parece ser que siempre ha habido riadas que han llevado en sus abundantes aguas, al desastre de todo aquello que significa VIDA.
No hace mucho, en este mes de octubre pasado, ocurrió en Valencia de una forma catastrófica, como siempre ha sido, pero estando en el año del 2024, es muy penoso que haya habido tantos muertos y aún algunos desaparecidos.
Voy a dejar aquí lo escrito por Don Tomás Martín, cura que fue de mi pueblo natal, Pardilla, en la provincia de Burgos, allá por los años de 1869 y también la riada que yo recuerdo haber visto y sentido, cien años después.
Por parecerme digno de transmitir a la posterioridad los daños que pueden causar los elementos especialmente en tipo de nublados, pongo en estas anotaciones lo que sucedió en esta mi feligresía el año de mil ochocientos sesenta y nueve que por lo grave llama la atención.
1ª En el día veintinueve de Julio a cosa de las diez y media de la
noche vino desde Villalvilla y Onrubia
una grande avenida que inundó varías
casas de la calle del Pozo, teniendo que
abandonarlas sus moradores, aunque en esta noche fue pequeña en comparación de
la que siguiere.
2ª En el día
seis de Agosto del año expresado desde
las once y media de la noche hasta las tres de la madrugada del siete, fue tal
la furia de la inundación que no se
contentó con inundar las casas de la calle del Pozo, sino que destrozó muchas
casas, entre ellas la de Fernando Moral, la de los herederos de Feliciano
Manso, la huerta del curato y otros, y sin
embargo que con este destrozo
pudo extenderse mucho más la avenida, tal fue su abundancia, que se inundaron
muchas casas de la calle de las Eras, llevándose a su paso cuanto encontraba,
entre otras cosas, dos carros a él uno y llevándoles así hasta cerca de
Milagros, sacando además de quicio las puertas del corral de Francisco Vela,
llevándolas entre árboles hasta el plantío de Milagros y gracias que tiradas
las paredes de las cercas que dejo anotadas
pudo extenderse el agua , que de otro modo hubiera llegado hasta la
carretera y acaso hubiera destruido algunas casas que quedaron inhabilitadas,
subiendo el agua hasta el techo del portal y cuadras, donde quedó el granizo
que traía la inundación por mucho tiempo, pues aun lo secado al aire libre,
duró mas de veinticuatro horas sin deshacerse; esta misma inundación tiró doce
piedras enormes del pasamanos del puente de la carretera próximo a Milagros.
3ª En el día veintiuno del mismo mes y año como a las
siete y media de la tarde una centella, que cayó entre la era de Jose Barrasus
y el camino que desde el viñedo va a los lagares, mató a Jose Villagra, hijo
legítimo de Plácido Villagra y de Estansilada de Blas, y a una caballería mular de Manuel González con quien el Jose estaba
sirviendo en este día por aquí no hubo aguacero.
4ª En el
treinta y uno del referido mes de agosto del mismo año de 1869, a la una y
media de la tarde, un huracán acompañado de un fuerte aguacero, destrozó el
viñedo de este pueblo, arrancando de raíz varios árboles y rompiendo otros
muchos especialmente los de la carretera, rompiendo también la gruesa olma de
esta villa que se hallaba plantada a la
esquina del corral de Pascual Sanz, próxima al pozo de la Villa, en este día no
obstante que el aguacero duraría poco mas de cinco minutos fue tal su abundancia
que no cabiendo por la alcantarillar de la carretera el agua que bajó de ValdePedroMiguel inundó la Posada de Patricio García, en la
que vive Ecequiel Moral y tuvieron necesidad de entrar a sacar a las personas
que en ellas se hallaban. Se ha dicho
que este huracán de este día arrancó la campana del reloj de Vadocondes. En
todas estas inundaciones provenían de fuertes nublados quedaron sin cosecha de
vino o con muy poca Villalvilla, Onrubia, Montejo, Fuentenebro y esta Villa de
Pardilla, habiendo tocado también algo
de los pernicos De Fuentecesped, Santa Cruz de la Salceda y Aldehorno y en las
mieses y con especialidad de garbanzos, alubias y patatas y los pueblos
expresados Pradales y Ciruelos, esto que
sepamos por aquí y en otras partes Dios sabrá lo que habrá sucedido.
5ª En el día doce de Diciembre del mismo año un aire
huracanado tiró las dos veletas de la Iglesia no obstante que la del campanario
estaba fija en una piedra de bastante peso, la que cayó también con la veleta.
En este año de 1869 no ha incidido otra cosa
que llame la atención aunque no es poco lo que dejo anotado.
Firmado Tomás
Martín
En cuánto a mis recuerdos estos son:
No sé si fue por los finales años 60 del pasado siglo, el caso es que sí tengo en la memoria, cómo desde el arroyo de Pardilla, que lleva ese mismo nombre, donde las aguas bajaban claras y algo escasas, salía un gran estruendo, seguido a una gran tormenta. El miedo que se expandía en el pueblo y los comentarios que también se iban extendiendo desde la Plaza a la Isla, dónde yo vivía con mis padres y hermano, llegando hasta mis oído de niña entrando a la adolescencia, cómo el señor Pepe, apodado al Ratón que vivía muy cerca del arroyo, se le había ahogado un borrico en la cuadra y las calles de la parte baja del pueblo, habían quedado todas inundadas con lodo y agua en el color del barro.
Al estar el pueblo en ladera y nosotros viviendo en la parte más alta, donde se encuentra la Iglesia, sabíamos que no iba a llegar y nos dejaba un poco tranquilos, ya que la misma carretera, que atravesaba y atraviesa el pueblo, podía hacer de muro, pero los que vivían en la parte baja, lo pasaron mal. En mi recuerdo está el sonido que hacía el agua al pasar por el desborde del arroyo y el color rojizo de esas aguas. Sin embargo, no recuerdo la tormenta que debió caer en aquel mes de junio, tan lejano... que se ha borrado en mi memoria.
En cauce seco,
el arroyo de Pardilla
con renacuajos.
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En los días de diciembre y enero mi padre, se levantaba más tarde de lo habitual y lo primero que hacía, era el asomarse por la pequeña ventana que daba a nuestra habitación en forma de L, donde mis primogénitos dormían en la parte más larga y yo en la más corta, en distintas camas y obviamente de diferente tamaño, pero las dos tenían en común los colchones de lana que en primavera y verano, se vareaban, oreaban y también los deshacían, para que la lana no se apelmazara.
Era muy común que el Teodosio, con sobrenombre de El Troneras, en estos días de nieve, sin abrir aquel ventanuco de madera con un trozo de cristal, que había en la habitación donde dormíamos, podía ver cómo estaba el callejón de la que siempre fue nuestra casa y no era raro que en los inviernos me despertara para decirme:
-Mari, Mari, hoy está todo el callejón blanco y sigue nevando con copos grandes, para añadir muy contento, la muletilla que siempre me decía, cuando se encontraba con la blancura que cubría la tierra.
- Hoy, quietos en la ropa. Esta nevada, es buena para los que vivimos en los pueblos. Hoy no tenemos que ir a trabajar. Los de Madrid, acudirán a sus trabajos con nieve o sin ella. Alguna ventaja tendremos los que nos pasamos la vida en el campo.
Y cuando esto oía, yo me levantaba sin importarme el frío que hacía por la habitación, pues el brasero que teníamos debajo de la mesa camilla, se había apagado en sus brasas, mientras nos reflejaba un espejo colgado en la pared de adobe, para asomarme con mi progenitor y compartir aquella sensación de alegría que nunca se me ha ido, aunque hayan pasado ya muchos años, junto a las palabras que me repetía , cada vez que este fenómeno blanco, llegaba al callejón de nuestra casa. Y así seguía hablando conmigo, para decirme que en este día nos quedábamos bien resguardados y disfrutando del temporal nevado de estos inviernos cuyo gran protagonista era el intenso frío de Castilla la Vieja, que se decía por entonces.
Quizás sea por ello que si hay nieve en las calles, yo siento alegría. A no ser que venga una Filomena como la de hace unos años, donde ese Quietos en la ropa de mi padre, se convirtió en una auténtica pesadilla.
Al recordar mi primera habitación, me viene a la mente la pared blanca y enjalbegada, donde para mí, era lo primero que veía al despertar y cómo me gustaba escribir en esa pared, a pesar de las regañinas de mi madre, con un sarmiento fino, cogido de las gavillas que teníamos en la cocina para encender el fuego, palabras que me inventaba, quizás sea por ello, que siempre me gustó imaginar y escribir.
Cuando estoy tecleando en el ordenador de este siglo XXI, me llaman al móvil. Es mi sobrina y me dice que mi hermano Rafael, a sus 91 año, esta noche ha fallecido. Él que fue el primero en salir de nuestra casa para ser sacerdote siendo el mayor, ya no está con nosotros. Descansa en Paz.
Texto escrito el 18 de noviembre de 2024 y corregido unos días después.
(c) Texto y fotos : Luz del Olmo Veros
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Aquí dentro me quedaba yo lejana ya
para siempre la única primavera de mi vida.
José Luis Sampedro
El veintiuno de marzo de 1949, mi madre Nicolasa, a eso de la una de la tarde, según me han contado, trajo al mundo una niña, después de haber dado vida a tres varones y con nueve años de retraso, desde el último parto que tuvo.
Quizás sea la propia fecha de mi nacimiento la que ha podido influir, para que esta estación del año, sea mi preferida y aunque escriba estas líneas, en el otoño atmosférico del año 2024, incluido el mío propio y vital, es en esta época donde los días se van acortando en el mes de noviembre que nunca me ha gustado, para llegar después de una larga espera hasta la fecha de mi nacimiento, en el siguiente año y en especial por ver y sentir cómo la luz se va dilatando y deja atrás sin pausa ni mesura, las horas oscuras del otoño y el invierno, hasta llegar a ese sentimiento alegre y feliz, porque la claridad, en especial del sol, sin importarle los intereses varios, hace que la Naturaleza continúe en su empeño de caminar siempre adelante, con las imprescindibles rutinas del día a día, que transita a su propio compás, sin pedirnos permiso por lo que nos pueda ir sucediendo, a muchos y variados seres que habitamos este planeta Tierra, con nuestros propios ciclos vitales.
Ya en el camino desde el mes de febrero, las flores blancas y rosas de los almendros, nos lo van anunciando, en los campos de Castilla junto a otros lugares, donde los verdes, en sus diferentes tonalidades, empiezan a cubrir llanos, mesetas y laderas, para llegar hasta marzo y comenzar a sentir, en campos y personas, cómo el invierno lo vamos dejando atrás y los nuevos horizontes se amplían al compás de esa luz que tanto me gusta, para sentir de nuevo, que la primavera ha nacido y se quedará con nosotros por distintos tiempos, según la geografía del lugar donde nos encontremos.
Sí, en este ahora que se va acercando el invierno, deseo que pase pronto esta estación, con sus fríos y también con sus bellos paisajes nevados, para así llegar al estallido de esa estación primera del año, sabiendo que a veces camina despacio y otras, estalla de pronto envolviéndonos con su aire tan especial, para llenar por unos meses y no a todas las personas, de alegría y sin embargo, también para otras, que están más con los pies en la tierra que yo, con mucha incertidumbre.
(c) Texto y foto: Luz del Olmo Veros
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No tengo solo una estantería para guardar los libros que a lo largo de mi ya dilatada vida, he ido acumulando y, en general, para lo desordenada que soy, suelo respetar el orden alfabético por autores.
En la imagen que dejo en esta foto, descansan las prosas, es decir, las novelas y cuentos de diferentes escritores que escriben en lengua española y en otro apartado, los autores que publican en nuestra lengua, pero que escriben en la suya.
Por fortuna, tengo la suerte de tener una amplia habitación, en la parte de arriba de la casa, donde la luz, mi inseparable compañera, me va alimentando en el transcurrir del tiempo, por ello los libros se acumulan, al compás de mis años, porque a pesar de ahora poder leer en las pantallas de diferentes tamaños, mi preferencia sigue siendo el papel.
Por otra parte, la poesía también tiene su estantería particular. Es más pequeña y por eso su morada se encuentra en el comedor, donde también se hallan los libros de teatro, junto a los que me han publicado y he publicado.
Los libros que nos hablan de filosofía y en especial de psicología, reposan tranquilos en un descansillo de la escalera, con su correspondiente orden alfabético, como siempre, por autores .
No me olvido que tengo dos casas y que hay otros que permanecen silenciosos, un poco sin orden ni concierto, en la casa que me vio nacer y donde reposan en sus correspondientes estanterías.
En fin, que creo no haber llegado casi a los mil libros que tenía mi querido amigo Felipe A. Rodriguez y donde nos muestra una entrada que lleva por nombre: PÓRTICO: " LOS INADAPTADOS" y aquí os dejo el enlace por si queréis saber donde han ido a parar.
En principio me resisto a desprenderme de ellos, pero un refrán me recuerda que: "Nunca digas, de este agua no beberé" y otro que también me viene a la mente y es ese de " Hay que darle tiempo al tiempo".
(c) Texto y foto: Luz del Olmo Veros
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