miércoles, abril 23, 2014

LA CASA DE LA LUNA




No recuerdo la hora, pero estoy segura que siempre sucede por la tarde. Un monte de tierra blanca puede servir de asiento. A veces crece la hierba, otras no.

El rito consiste en: andar despacio, no pensar en nada y al llegar mirar la fila de árboles pequeños que hay cerca de la casa sin tejado, meter la mano en el bolsillo y apretar el botón para hacerlo todo grande. Requisito indispensable: estar sola.

Fue un libro lleno de cuentos escrito por María Teresa León, el que me hizo penetrar en ella. El título y su contenido del primero: Rosa-Fría, patinadora de la luna, me empujó a escribir.

Había dejado ya de entrar y salir en estas casas donde los acontecimientos habituales eran la excepción y los extraños la norma y sin embargo esta vez quise volver a mis casas de entonces, de cuando niña y de después, en una época en que decidí ponerlas en un papel, fijándome en los recuerdos de un tiempo invisible.

Era una casa helada y sin embargo, el calor respiraba en todas sus paredes, muebles y rincones.

Al poco de acceder a ella me encontré con una Rosa, cuyo color era el frío. La Rosa dialogaba con una vaca azul, la estaba proponiendo una gran carrera sobre el hielo y es entonces cuando pude distinguir con claridad a esta Rosa del color del frío deslizándose por volcanes apagados y penetrando en su interior. De vez en cuando el rescoldo de los mismos desprendía un humo soñoliento que la hacía volver a la superficie de esta casa que era de la luna, donde las manchas de su cara se reían de ella.

Rosa Fría era pertinaz e insistía en acelerar su marcha con aquellas mariposas amarillas en ruedas de amapolas recién nacidas, colocadas, sin saber muy bien por qué, en su su tabla de snowobard, para subirla y bajarla sin ningún dominio ni control. Mientras, surcaba lugares tan solo vistos por seres, capaces de tener los ojos abiertos a la vez que imaginan retazos de sombras porque confían en el viento, único conocedor de todos los secretos que habitan en el planeta Tierra.

Yo la seguía en su marcha por los mares sin agua ni sal y al finalizar una especie de tarde, porque se iba apagando la luz, pude muy bien distinguir cómo a Rosa Fría, se le escapaba una lágrima, al comprender que debía salir de aquel lugar tan lleno de vaivenes, donde la competición era lo menos importante.

Porque llegó el mes de abril y la primavera ya lo había coloreado todo, decidí que debíamos dejar esta casa que nunca visitó Alicia,ya que Rosa- Fría se había adueñado de ella.

Fui muy consciente que si seguía leyendo este delicioso libro que Mª Ángeles me había enviado desde Burgos, en el ya avanzado otoño de mi edad sin cuentos, podría retomar ese juego de niña de meter la mano en el bolsillo y apretar el botón para jugar con el tiempo y sus palabras, en este satélite de una nueva realidad que me estaba esperando.

Luz del Olmo


* Os dejo el enlace donde tengo publicadas estas Las casas de Alicia que un día escribí y que hoy al leer Rosa-Fría, han vuelto a mi como un resorte en la memoria.



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NUESTRO VIAJE A LONDRES


Y allí alejados un poquito de la gran ciudad,  Rafa del Olmo encontró en Portobello Road su pequeño relax. 
Gracias sobrino por guiarnos .  
Un abrazo. 



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viernes, abril 04, 2014

INTERIOR DE BÁRTEL FRONTERA

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