martes, febrero 27, 2024

MAESTRAS






Siempre  quise ser maestra, pero no lo conseguí y aunque lo intenté, pues con las monjas llegué hasta el sexto y reválida, después la vida y su continuidad se impusieron y  a pesar de estar matriculada en la Escuela Normal de Islas Filipinas de Madrid,  bien recuerdo  mi desilusión, cuando a la profesora de Geografía e Historia,  cuyo nombre he olvidado,  pero si retengo su figura: morena, gorda y con un moño, donde su trato era bastante desagradable, le comenté cómo tenía que trabajar en turnos  de mañana  y tarde, porque era vital para mi familia y por supuesto para mí, pero me di cuenta que a ella no le importaba nada  mi situación. La sociedad franquista del momento, así  era de clasista y dictatorial.

De aquella época puedo recordar en especial al profesor  de matemáticas, apellidado Aizpún.  Su mujer, doña Mercedes, era la directora y él, posiblemente el secretario. Mi memoria lo ha olvidado, pero sí ha  retenido a este profesor que creo fue uno de los pioneros en  eso de la teoría de los conjuntos, pues por entonces estaba muy de moda y  también lo recuerdo por su inteligencia especial. Nos hacia salir a la pizarra  y   calcular, solo con nuestra mente, las operaciones matemáticas que se les iban ocurriendo  al resto de la clase.  Todo tenía que ser de memoria  y nosotras hacer el cálculo, sin utilizar papel ni lápiz. En mi mente  sigue su figura:  calvo y  con gafas de bastantes dioptrías. Era tan difícil aprobar las matemáticas con este profesor que no tuve más remedio que pasarme a la otra Escuela de Magisterio que se impartía en la Ronda de Toledo, donde a pesar de estar trabajando sí pude llegar a sacar casi todas las asignaturas, en mi  turno de tarde, pero.... me quedaron los trabajos manuales y el inglés. 


Mi gozo de ser maestra, se truncó ahí, pero a cambio, viví en aquellos años, todo lo que se estaba fraguando, con la esperanza de la pronta muerte del Dictador y  pude poner mi pequeño granito de arena, en aquel Madrid,  que  rebosaba democracia y alegría por todos sus barrios. Recuerdo cómo algunas de mis compañeras, andaban coqueteando con el Teatro Independiente que existía en la Universidad. Y también  cómo con mucho miedo, repartí octavillas de CCOO, por los lavabos de esta Escuela. 


En aquellos años de finales  de los 60,  del siglo XX, ya en  Madrid se soñaba con la LIBERTAD. 


(c) Texto y foto: Luz del Olmo Veros

 



domingo, febrero 04, 2024

CIUDAD A DISTANCIA

 

                                                      


 


Cuando llegué a Vicálvaro, el barrio de Madrid que distaba unos 15kms de la capital, allá por el año 66, era un pueblo, donde  muchas de sus calles en aquella época, cuando llovía, se llenaban de barro, pues no estaban asfaltadas. Solo había una carretera por  la  que circulaba una camioneta, la llamada P6,  que nos llevaba hasta Ventas y  allí podíamos coger la línea 2 del metro, que en mi caso me desplazaba hasta la estación de Alonso Martínez, para subir por la  hoy  llamada  Santa Engracia y llegar a su nº 33, donde estaba  y está la Cooperativa de Farmacia (COFARES) que suministra medicamentos a todo Madrid y su provincia, pues por entonces yo  trabajaba en este  lugar,  en turnos de mañana y tarde. 


Vicálvaro era un pueblo, pueblo, con su Iglesia de Santa María de la Antigua, joya arquitectónica, con un órgano en su interior donde en la actualidad se suelen celebrar conciertos internacionales. Su  calle, cerca de la plaza,  donde se erige la estatua  don Antonio de Andrés,  médico muy querido  que lo fue del pueblo, era y es empinada, porque Vicálvaro, hoy distrito, está en cuesta.

 

Por aquellas fechas y hasta ya bien entrado la década de los 90, seguíamos diciendo aquello de “hoy me voy, o tengo que ir a Madrid”, por una carretera estrecha y mal asfaltada que pasaba por la misma puerta del cementerio de la Almudena y con el tiempo, vimos cómo poco a poco se iba formando, cerca  San Blas, lugar donde teníamos el ambulatorio grande para los especialistas y  también el nuevo Barrio de Bilbao.

 

Lo que me gustaba de Vicálvaro, era que podía encontrarme  con el campo y pasear por él para comprobar el paso de las estaciones. Las casas bajas, algunas de ellas todavía persisten y  fueron construidas por sus propietarios,  en el llamamdo Barrio del Sacrificio  por entonces, anunciaban que la tierra pronto se convertiría en un verdor y con el paso de los días, se iría formando una alfombra de flores en su diverso y espectacular colorido. Mis paseos por estos campos siempre fue una de mis aficiones preferidas. Existía hasta un pequeño arroyuelo, casi sin agua, que hoy en día se lo ha  debido de  tragar el propio asfalto y ladrillo, con el que han poblado y están rodeando a este singular pueblo que tiene su propia historia y donde hasta el General O,Donell, tiene su especial protagonismo, representado en uno de sus, interesantes  y bonitos parques,  llenos de flora y fauna. 


Yo a Vicálvaro nunca lo he olvidado. En este pueblo barrio, he vivido la Dictadura de Franco, pero también la Transición y la venida de la Democracia, siendo por estos años un pueblo obrero, de los más luchadores. Encontré a personas que, a pesar de las distancias, seguimos en contacto. Mis experiencias de aquel entonces, son múltiples e inolvidables. Fue mi despertar de la pasada adolescencia a la juventud y también los años de madurez y en especial, el sentir y compartir lo que me más me apasiona: la poesía. Son mis años dorados que siempre vienen conmigo. 

¡Vicálvaro, ya no eres pueblo, eres distrito y estás formando parte de aquella capital que nos parecía lejana! ¡Nunca te olvidaré!


(c) Texto: Luz del Olmo Veros

Fotos: Tomadas de Internet.