viernes, noviembre 30, 2012

EL PLACER DE LA LECTURA





Siempre cuento que  tuve una   infancia feliz, quizá porque viví rodeada de mucho cariño y pocas  alegrías materiales. 

Los juguetes  comprados fueron muy escasos: apenas una muñeca que abría y cerraba los ojos y que yo quise investigar el porqué lo hacia, con el consiguiente destrozo de la misma;   una maquinita de coser, algún cacharrito  y poco más. El resto de los juguetes eran los elementos que encontraba en la naturaleza:  animales,   tierra,  agua, fuego,  nubes, cielos, árboles, piedras de toda clase y condición,  palos, flores, hierba  …. Y mi imaginación que no dejaba de funcionar.

A los seis años aprendí a leer con una maestra de la que  prefiero olvidarme, pero  desde que supe que las palabras tenían significado, me empeñé en leer todo lo que tuviese letras; más en aquella época y en aquel pueblo de la Ribera del Duero, no había biblioteca, ni  libros. En mi casa por supuesto, tampoco, sólo uno, que no sé el porqué, había llegado hasta allí  y que era nada más y nada menos que “Don Quijote de la Mancha”. Algo debí leer, pero supongo que no entendía nada, así que me dediqué a coger los pocos papeles de periódico que encontraba tirados por la calle. Tampoco debía entender nada, pero sí recuerdo cómo todos en el pueblo me regañaban porque los cogía del suelo, sucios y cubiertos de barro.

Puede que fuera cuando ya tenía unos diez años, antes de ir a un colegio interna en Madrid, cuando un verano tuve de  vecinos  a “ Los Gordos”. Eran Doña Rufina y Don Luis,  una mujer del pueblo casada con un hombre de la capital. Un día él me prestó “ La Isla del Tesoro” y  no paré de leerlo hasta que lo terminé. También se recuerda muy bien en Pardilla, cómo nos ponían películas de Charlot en la pared de la casa que fue del Sr. Román y nos preparaban juegos para embadurnarnos la cara de chocolate.

Esos fueron mis comienzos de pasión lectora, después he seguido en esa constante de leer y también de escribir.

A lo largo de mi vida he tenido la suerte de encontrarme en el camino con  personas, semejantes a “Don Luis”que han sabido orientarme y prestarme libros, donde he podido saborear la buena literatura. Quiero resaltar la biblioteca que había en la casa de los Plaza en Madrid, donde mi tía era cocinera y yo aparecía por allí de vez en cuando, sobre todo en vacaciones.

La poesía siempre ocupó un lugar de pasión especial. Con diez y seis años me leí la obra completa de Juan Ramón Jiménez y si ahora tengo que citar algún poeta, él sigue siendo el elegido. 

Antares, el grupo de poetas al que pertenecí, me dio una de las mejores épocas de mi vida. Las tertulias de poesía a las que he asistido y aún asisto, aunque con menos regularidad, siempre me han enriquecido y han hecho y hacen que la poesía, tenga un sentido muy  exclusivo y personal.

Mi época de menos lectura literaria, sin abandonar los poemas, fue ocupada por  los libros de psicología.

En estos momentos sigo leyendo en una pantalla y también en papel, y más en papel antiguo, intentando descifras los  escritos de personas que escribían con pluma y plumilla en los siglos pasados, porque este placer de la lectura, que en mi se instaló en un tiempo lejano, aún sigue vivo ya que  es uno de los  juguetes que  nunca abandono. 

(c) Texgto y foto: Luz del Olmo



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domingo, noviembre 18, 2012

MAREA BLANCA


Manifestación de esta mañana en Madrid, bajo el lema: "La Sanidad no se vende, se defiende"














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sábado, noviembre 17, 2012

CAMPO DE CRIPTANA

A principios de este mes de noviembre, mi amiga Ino y yo fuimos a ver a nuestros queridos amigos Carmen y Julián que viven en Campo de Criptana. El lugar de la Mancha donde habitan los  molinos que D. Quijote tomó por gigantes. Hice algunas fotos y aquí las dejo .

 En la Plaza Mayor, como no podía ser de otro modo, hay una estatua dedicada a Cervantes.

Por la parte de atrás de la anterior escultura, han dejado impresas estas  letras escritas por D. Miguel.

En el museo que hay cerca de los Molinos, había una exposición del artista del lugar Eloy Teno y toda estaba dedicada a D. Quijote.

En este mismo museo se encuentran esculturas hechas en alambre que parece son únicas en el mundo. El artista  Antonio Manjavacas nacido y residente  en  de Campo de Criptana, tiene infinidad de representaciones y por supuesto, no falta la de  su paisano D. Quijote. 


En verdad los molinos parecen gigantes, situados allí en el cerro.



Cada molino tiene su nombre. Nosotros visitamos dos y desde la ventana de uno de ellos se  puede ver este paisaje.

Y también se divisa este hermoso y grande pueblo de  Campo de Criptana.

Las calles son las típicas de la Mancha

Y esta el La Casa del Conde del siglo XVII.

Fueron dos días muy bonitos en compañía de amigos que nos reencontramos después de un largo tiempo sin vernos. Gracias Carmen, gracias Julián por vuestra hospitalidad y gracias a ti, Ino, por tu compañía.

(c) Texto y fotos : Luz del Olmo

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viernes, noviembre 16, 2012

LE TENGO MUCHO CARIÑO



                          
 
Le tengo mucho cariño porque durante algún tiempo, he vivido con él, por eso cuando fui disparada conocía con toda precisión mi trayectoria y a mi destinatario, pero al verle  tan aterrorizado, resolví tomar decisiones por mi cuenta y desviarme a penas un milímetro, rebotar en la pared que lo sujetaba y hacer el camino de vuelta para instalarme en el corazón del que durante algún tiempo, había sido mi amo.

(c) texto: Luz del Olmo

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jueves, noviembre 15, 2012

14-N



Hoy el atardecer me he encontrado entre la gente.

Palabras de  Pedro Ojeda Escudero  en su blog. La acequia
      
Hoy en Madrid, al comenzar la noche, me he  encontrado con ríos de gente que caminaban hacia la  Glorieta de Atocha, venían de todas partes y hemos caminando juntos hasta llegar al Ministerio de Agricultura. Allí una gran pitada, no ha conseguido apagar las luces de este hermoso edificio. Al llegar  a la confluencia con La Cuesta de Moyano, las aguas se han estancado, pues el caudal, en ese momento, iba aumentando. 

Pasado el Botánico, ya de camino por El Paseo del Prado, he divisado, entre miles de cabezas de todas las edades, cómo Velázquez  nos observaba, dándole la espalda al  Museo del Prado.  Desde el cielo oscuro de la capital de España, un  helicóptero nos vigilaba  y nosotros, le hemos gritado y abucheado. 

Ningún policía, al menos yo no lo he visto. Ha sido lenta la corriente hasta llegar a Neptuno. Atravesar la Plaza y sentir que  el suelo estaba mojado ¿había llovido? ¿Lo habían regado?  Apenas era una anécdota. El río continuaba su marcha. Más pitidos, más alboroto, pasamos por el Ministerio de Sanidad. Seguimos adelante. Después de algunas paradas por no poder seguir con la marcha, pues éramos muchas, muchísimas las personas que allí manifestábamos nuestra indignación, ira y descontento,  hemos llegado a Cibeles. Esta vez, no iremos a Sol por la calle de Alcalá. Esta vez continuaremos, en línea recta,  por la Castellana, y el Paseo de Recoletos a Colón. Ya llevábamos más de una hora y media caminando  y aún no habíamos llegado a la Biblioteca Nacional. Faltaba muy poco para la meta.  Nos duelen los pies, pero no importa, las partículas de agua que somos, nos sentimos ilusionadas al ver como este agua, tan humana, se desborda por todas las calles adyacentes a la Plaza de Colón.

 Al volver por la calle Serrano, una de estas partículas del río humano que hemos formado, me daba la espalda con una cartel que decía PROHIBIDO RENDIRSE.  

(c) Luz del Olmo

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lunes, noviembre 05, 2012

EL LECTOR DE JULIO VERNE



Cuando este libro  me lo regaló María Ángeles, allá por el mes de marzo, lo dejé a la espera  y creo que fue ya con el calor de verano, cuando  comencé su lectura.  

Recuerdo que debí leer unas cuarenta o cincuenta páginas y confieso que lo hice de un tirón. Era un libro que a pesar de estar muy presente el hielo y el frío, a mi me atraían sus letras.  

Después no sé qué pasó, pero no lo volví a coger hasta este mes de octubre.

Las lecturas de mis compañeras avanzaban y sin embargo yo, lo tenía en la mesilla de noche, pero no era capaz de volverle  a  “hincar el diente”. Algo había que lo vetaba. Incluso aún conociendo  mi compromiso de lectura con mis amigos de La Acequia,   me distraje con otros dos : Diario  de Invierno de   Paul Auster    y La Berlina de Prim de Ian  Gibson que por cierto, los leí sin  apenas interrupciones.

No sabía qué pasaba con este libro de Almudena Grandes, pero un día me  lo impuse y comencé a leer desde el principio. Habían pasado tantos meses que ya no recordaba lo leído en el verano  o  no lo  quería recordar.  No obstante, unos viajes en autobús y algunas estancias en el hospital acompañando a una persona, me hicieron que poco a poco fuera descubriendo la vida de Nino, el niño hijo de guardia civil que vivía en la Casa Cuartel de Fuensanta de Martos  y así recordé  su descripción del frío que puede hacer en invierno en esta provincia y el calor sofocante en un paisaje lleno de olivos. También rememoré  su viaje a ver a la familia de su madre en Almería, su  primera mirada al mar, sus primos,  capaces de quitarle los zapatos,  su vuelta a casa  en tren y su primera  experiencia directa  con  personas sin libertad.

Según iba avanzando en el libro, descubrí sus sensaciones, su gran amigo Paquito y en especial su atracción por Pepe el  Portugués, el hombre que vivía apartado del pueblo y el primero que le dejó un libro  de Julio Verne . También supe de las angustias de su madre, cuando su padre tardaba demasiado en volver a casa.

 Estaba muy presente en la lectura, la división del pueblo en dos bandos bien diferenciados que se odiaban entre sí, los del monte y  sus familiares, en especial  la soledad de las mujeres que habían perdido a su marido y a  sus hijos y ven impasibles transportar a los muertos hacia el cementerio y por otra parte, los de la  Casa Cuartel  a los que Nino  pertenecía.

Después vinieron los suicidios de Cencerro, el guerrillero del monte, tan admirado como odiado, capaz  de jugar con el dinero y de  romperlo antes de que cayera, como él, en manos de sus enemigos, igual que lo hizo su compañero de fatigas, que corrió su misma suerte. No importaba que muchos del monte murieran aplicándoles “ la ley de fugas”, pues enseguida surgía otro Tomás Cencerro, con otro nombre, pero igual de dispuesto a luchar por sus ideales.

Toda esa realidad cotidiana con la que  Nino  era capaz de vivir, yo la leía, pero a decir verdad, yo no acababa de  entrar  en el libro.

Un día intuí,  que si yo  me sumergía   de lleno en su lectura, sus palabras me  iban a hacer herida  y entonces tuve  la certeza de  que era un libro que me dolía.

 Y era un libro que me dolía porque en  sus páginas se relataba nuestra posguerra,  de la que quizá no he querido saber demasiado, aunque  conocía de su  existencia. En los años que relata “El lector de Julio Verne”, los  finales de los cuarenta, yo aún no había nacido, pero estaba a punto de hacerlo. Allí estaba contado el vivir cotidiano en un pueblo pequeño,  donde “una guerra que nunca se acaba” en palabras de Mercedes, madre del protagonista,  y esposa de Antonino Pérez, cabo de la guardia  civil,  hacia que el miedo corriese por las calles, en muchas ocasiones vacías, porque todos los niños, incluido Nino, tenían que encerrarse en sus casas  para que la muerte que  pasaba muy cerca, no les alcanzase.   

Por eso cuando  ya estuve preparada para  leer  el relato que hace el niño de diez años  de  las “películas” que él y sus hermanas, Dulce y Paula,  oían de lo que pasaba en el cuartel;  el libro me dejó  libre su entrada  y  así pude sentirlo  y  aunque  me dolían sus heridas, era  capaz de soportarlo.

Al llegar al verano de 1948 y ver como el Canijo, resiste el dolor de saber quién  es su padre y de dónde procede y sobre todo, qué es lo que ha hecho, después  de oír las amargas palabras que Catalina, la matriarca de las Rubias que vive en el cortijo con sus hijas, Paula, la novia irascible del Portugués, la bella Filo, que sabe en todo momento lo que quiere y la pequeña Chica, Catalina, repito, le abofetea en su cara sin que le roce y entonces el niño que leía novelas de Julio Verne, prestadas por Elena, la maestra represaliada, da un salto en su madurez y yo también con él , porque lo que durante un tiempo ha ido asimilando, gracias a la información de Pepe el Portugués, se le hace certeza  y ya es capaz de tomar la decisión acertada de callar y seguir su vida cotidiana, pero siendo ya otro.

Es entonces cuando empiezo a leer como lo hago con los libros que “tiran de mi” y por ello al tener la certeza de quién es el verdadero sargento Sanchis , ya no me llevo demasiado sorpresa porque poco a poco  se va desvelando una parte de lo que pasó en aquellos años de nuestra posguerra  donde el odio, la barbarie, el miedo, el despotismo, la traición y la mentira ocupaban la cotidianeidad, pero también había tiempo para el amor, la ternura,  la amistad, el compañerismo y sobre todo la lucha hasta morir por unos ideales que, en años anteriores, habían sido  aniquilados.

Era la lucha de los vencidos que no habían querido aceptar la derrota  y seguían  manteniendo la esperanza en sus ideales,  contra todos aquellos que se empeñaban en romper ese sueño, para así poder perpetuar sus privilegios.

Hay algunos libros que dejan huella, no porque sean mejor o peor, porque estén mejor o pero escritos, hay libros que te llegan por algo especial y este ha tocado lo más intimo de mi, por eso no soy objetiva y sólo decir que es un libro que   me  ha despertado gran cantidad de sentimientos  y emociones que tenía muy bien guardados.

Luz del Olmo


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