EL PISITO- RAFAEL AZCONA
* A finales de los años 50, del siglo XX, se tenía por costumbre hacerse una foto en el palacio de Cibeles , con las famosas "palomitas". Allí me llevaron mis primas y me sacaron esta foto que aún guardo.
Visité por primera vez Madrid, a finales de los cincuenta del siglo pasado y paseé sus calles por los barrios de Cuatro Caminos y también Ventas , en la parte que llamaban el Barrio de la Alegría.
Como mi propia tía Gabriela, que en aquella época vestía de negro, la tía María siempre llevaba puesto un hábito de la Virgen del Carmen, que en este caso, lucía de marrón. La recuerdo muy limpia y repeinada con un moño en su pelo casi blanco, donde resaltaba su cara redondita y gorda, porque toda ella tenía ese mismo aspecto circular .
También recuerdo que un señor muy trajeado, solía visitarnos de vez en cuando. Nos traía regalos y se le notaba que pertenecía a otra clase social distinta a la nuestra, por su porte y distinción.
Recuerdo que para subir al cuarto y último piso, yo trotaba por las oscuras escaleras de piedra desgastada y siempre hacía un pequeño descanso en los rellanos, para mirar las algo cochambrosas puertas de madera, con su mirilla correspondiente, que tanto me llamaban la atención.
Lo primero que nos recibía al entrar en la casa, era un largo pasillo sin apenas luz, que terminaba en una cocina alargada, donde no viene a mi memoria ninguna despensa, pero sí una ventana al cierzo, para guardar y orear los alimentos que habíamos comprado en el mercado Maravillas. Creo que la cocina era de las llamadas económicas con carbón, en vez de leña, como la que teníamos en mi pueblo natal de Pardilla, en Burgos.
Allí todas las mujeres de la casa cocinaban, excepto yo, que al ser una niña, no me imponían apenas obligaciones. Lo cual me alegraba mucho, porque lo primero que hacía al llegar de la calle, era buscar con ansia la gran terraza que daba al exterior. Necesitaba asomarme y ver un horizonte de campos abiertos, pero lo único que encontraba, eran las enormes grúas de hierro que poblaban el paisaje.
Esta casa, de casi las afueras de Madrid, en aquel entonces, tenía tres habitaciones, no sé si grandes o pequeñas, pues en los recuerdos de la infancia, todo se queda agrandado, en relación a nuestra estatura. La tía María dormía en una de ellas sola, y, en las otras dos, el resto de la familia, donde yo estaba incluida.
No tengo ninguna consciencia de los vecinos que pudieran habitar en los pisos de más abajo, pero es muy posible que existiera doña Martina Torralba, hija de un catedrático, con su gato Teo, recibiendo un trato muy especial y su criada Maricruz, un poco chapucera en eso de limpiar las manchas de las corbatas.
Tendría como realquilados, esta mujer muy entrada en años, a un callista embaucador y caradura llamado Dimas, así como al bueno de Rodolfo Gómez , un muerto de hambre, explotado por su jefe, don Manuel, con una novia llamada Petrita, de la que ya hace tiempo dejó de estar enamorado. Es muy posible que estos personajes que retrata Rafael Azcona en su lucha por la vida, vivieran en el primero, segundo o tercer piso, de esta calle de Madrid, donde dormí por primera vez, en mis muchos años de vivencias en la capital.
En el Barrio de la Alegría, podrían haber vivido los cuñados de Rodolfo con su prole de niñas y niños. Pero, esa es otra historia, que la dejo para la siguiente entrada, en este mi divagar por los diferentes barrios de Madrid donde pasé, en especial, mi complicada adolescencia.
(c) Luz del Olmo
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