Estas son las palabras de Pablo Neruda, escritas en el libro de la imagen en páginas
155-156
(
Prólogo para una edición francesa de Veinte poemas de amor , 1960)
ESTE
LIBRO ADOLESCENTE
Este
libro fue escrito hace 36 años( me parece) y aunque separado de él
por tantas distancias, he seguido envuelto por aquella primavera
marina que lo produjo, por la atmósfera y las estrellas de aquellos
días y noches. Los ojos de mujer que en este libro se abren fueron
cerrados por el tiempo; las manos que en este libro arden, los labios
interrumpidos por el fuego, los cuerpos de trigo que se extendieron
en estas páginas, toda esa vida, esa verdad, esas aguas, entraron en
el gran río de la vida, palpitante, subterráneo hecho de otra y de
todas las vidas.
Pero
la niebla, la costa, el tumultuoso mar del Sur de Chile, que aquí en
este libro adolescente encontró su camino hacia la intimidad de mi
poesía siguen taldrandro mi memoria, azotándola con su jerárquica
espuma, con su geografía amenazante.
Yo
crecí y amé en esos paisajes fluviales y oceánicos, en la más
abandonada juventud.
Sin
embargo, en el litoral frío de los mares australes, allí en Puerto
Saavedra o Bajo Imperial, algo me esperaba.
Niño
aún, vestido de negro , desemboqué en pleno verano en un patio en
que todas las amapolas del mundo crecían de manera salvaje. Antes,
apenas había visto alguna de ellas, sangre o rubí entre los
cereales. Aquí por millares balanceaban sus largos tallos como
delgadas serpientes verticales. Las había blancas, nupciales y
marinas, como anémonas de mar que las reclamaba con voz de toro negro,
algunas de su corola agregaban un borde purpúreo como orilla de
herida, otras eran violáceas o violetas, amarillas, coralinas,
cibrizas y hasta las que nunca vi antes, las amapolas negras,
supersticiosas como apariciones de aquel patio solitario, en los
comienzos de la Antática. Que también reservaba en su dominio
final, la última amapola helada. El Polo Sur.
Y
todo el puerto con la fragancia lechosa y venenosa de un millón de
amapolas que me esperaban en el jardín secreto.
El
jardín de los Pacheco. Los pescadores Pacheco, el bote abandonado...
Porque
allí se descargaban las grandes tempestades del Pacífico Sur. La
población, hace años, vivió de los naufragios, y en el fondo del
huerto, entre la inmensidad de las amapolas, una canoa de salvataje de
un marco muerto. Allí mirando hacia arriba el cielo de azul
endurecido por el viento frío, perdí muchas veces conciencia de mi
mismo: fijo en el centro de una espiral azul, bajo todo el peso de la
verdad desnuda del cielo, mi razón se debatía y se movían
alrededor mío las olas del mar.
Fueron
escritos estos poemas con aire, mar, espigas, estrellas y amor ,
amor. Desde entonces andan rondando y cantando.. El tiempo les
despojó sus primera vestidura, el cataclismo de Chile, suspendido
siempre como una espada de fuego, cayó sobre Puerto Saavedra y
aniquiló mis recuerdos. Entró el mar que resuena en este libro y la
marejada arrolló las casas y los pinos. Los muelles quedaron
retorcidos y rotos. Una ola gigante azotó las amapolas. Todo quedó
destruido en este año de 1960.
Todo...
Que mi poesía guarde en su copa la antigua primavera asesinada.
Paris,
noviembre de 1960
Etiquetas: Lectura de la Acequia, Pablo Neruda, Para nacer he nacido