POETA
No lo recuerdo muy bien, pero es muy posible que yo tuviera unos diez años, cuando mi tía Cayetana la cocinera, pasaba con sus señoritos, por la Nacional I, en su camino de veraneo en Burgos, pues los Plaza tenían la costumbre de veranear en la capital de la provincia, no sin antes hacernos una pequeña visita en Pardilla.
Con bastante tiempo de antelación, mi tía escribía una carta a mi padre, donde indicaba cómo teníamos que preparar la comida y dónde se iba a llevar a cabo. Antes de leer su escrito, tanto mi padre como mi madre, sabían leer, la que más protestaba era La Nico, porque en realidad, sabía muy bien que era la encargada de prepararlo todo y no le hacían ni pizca de gracia, las órdenes de mi tía y menos el que vinieran los de Madrid a comerse el mejor pollo del corral, siempre bajo la supervisión de su cuñada, que a pesar de no decir nada delante de ella, yo sí sabía por sus rezongues, lo opinión que tenía mi madre de la hermana de mi padre. No obstante, ella que siempre fue sufrida y callada, lo que más la importaba era que los visitantes se fueran contentos.
Como nuestra casa era pequeña y laberíntica, pues en realidad estaba formada por dos que juntaron en una, haciendo una abertura en la pared de la cocina y mi tía la conocía muy bien, pues había nacido en ella, nos mandaba que fuésemos hasta Ríofresno y allí en la alameda hacíamos una comida campestre junto a La fuente de los pájaros, siempre revisada por la cocinera principal, que era obviamente, mi tía y aunque me ayudó mucho, la recueedo con el don de ser siempre la capitana del barco.
En estas idas y venidas me traían los señores Plaza un regalito y cómo al final se enteraron que yo frecuentaba su biblioteca, algo que nunca me prohibieron, en esta ocasión, me regalaron nada más y nada menos que las Rimas y Leyendas, del sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, que yo leí y releí aprendiéndome de memoria algunos de sus versos como estos de su rima LXXIII.
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron...
Por todo ello, la venida de los Plaza hasta Pardilla, era un acontecimiento, en los veranos que yo pasaba en mi pueblo, arropada por la amplitud de los campos de la cosecha que había sido sembrada, escardada, acarreada, trillada y veldada en su recogida de avena, centeno, cebada y trigo, para llegar al invierno en el descansar de las faenas del campo, pero no de los animales que también tenían su cuidado, mientras yo volvía a Madrid, para seguir descubriendo y aprediendo muchas cosas útiles y otras no tanto, en el Colegio de la Inmaculada Concepción, de la calle General Pardiñas en su nº 34 y desde el primer momento de traspasar su gran puerta, añorar las vacaciones pasadas en el estío, deseando volver en las Navidades, al lugar donde podía disfrutar mejor de mi libertad.
(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros
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