martes, marzo 26, 2024

MÚSICA Y NOCHE

 


A Él lo conocí porque en aquellos años de comienzos de los setenta, los  famosos curas obreros, entendieron que la juventud deberíamos entrar en los nuevos tiempos, pensando en una  pequeña  apertura,  mientras el Dictador se iba apagando y por ello,  fundaron los famosos clubs  parroquiales donde nos ponían  alguna que otra película  en blanco y negro, ambientándonos la tarde de los domingos con  música y por supuesto, con  el visto bueno de la censura,  para poder bailar. 


Recuerdo cómo el azar de la vida,  nos  llevó  a hacernos  amigas a Mari Tere,  Elenita y yo,  formando  un pequeño trío, en el comienzo de nuestra  juventud, que duró por  mucho tiempo, pues Elena y yo nos casamos con otros dos chicos tan amigos, como lo éramos nosotras. Mari Tere tuvo otra historia  y su amistad se  fue debilitando con sus días. 


También recuerdo cómo las tres íbamos a las discotecas y  en el buen tiempo,  algún que otro domigo, programabamos  excursiónes a la Sierra de Madrid, en unos trenes, lentos y  abarrotados de personas que  me  recuerdan a esas imágenes que ahora vemos, en los  vagones de metro, con empujadores incluidos y  que utilizan en Japón.


Elena se hizo novia de José Manuel y yo, del que hoy es mi marido llevando las dos parejas,  unos cuantos años, sin habernos separado. 


Él es un enamorado de la música, tanto clásica como moderna y  ese amor, me lo trasmitió  a mí y depués a nuestros dos hijos. Puedo contar  que al pequeño le llamábamos Beethovin.  Y el mayor  es un gran forófo de los Beatles y otros  grupos similares, que en aquellos años andaban de moda, y  en este instante que lo escribo, pienso que por entonces,  mi cultura musical, se centraba en  El Duo Dinámico, Rahael, Adamo ... y algunos otros más, pero fue Él el que me  descubrió la  gran  y especial belleza de la música clásica  y que tanto ahora me gusta.  


Las noches  de mi estancia en Madrid, fueron muy distintas a las que ya conté en mi entrada anterior. Al estar en la capital, en concreto Elena, tenía que presentarse a las nueve  en casa, pues su padre era muy  estricto en especial con ella y al irse una de las  tres,  quedábamos Mari Tere y yo  que  vivíamos casi en la misma zona del este de  la Capital.  Ella  residía en la calle Alcalá y llegaba  hasta la estación del metro de Quintana. Yo  me  bajaba, un poquito antes, en Ventas para coger la famosa P6 que me llevaba hasta Vicálvaro.  


Es verdad que si mis amigas estaban más  vigiladas  y tenían que  acudir a su hora, yo, por  el contrario, tenía más libertad, pero igualmente llegaba un poco  pasadas las diez de la noche a mi casa, donde mi madre me esperaba, algo impaciente y creo se quedaba tranquila por fin, al ver que pulsaba el timbre de mi casa  y supongo que diría para sí:  la chica ya ha llegado.  



(c) Texto y  foto: Luz del Olmo Veros 




miércoles, marzo 20, 2024

VIAJES


En  mi ya un poco larga vida, he de decir que sí he viajado, en especial por España y por Europa. Una sola vez, hemos cruzado el charco y nos presentamos en la ciudad de los rascacielos, Nueva York, donde escribí este poema:
                                                    
                                                        
                                             
                                  Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

no pudieron mirar

las casas negras de Harlem

para conocer su voz.


Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

no pudieron ver 

el interior de la Manzana 

cuando llueven aguas 

estancadas, putrefactas 

en Manhattan.


Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

casi miraron los niños 

y nunca vieron sus ojos.


Tan solo captaron:

la parada en los semáforos 

con los taxis amarillos

el humo y sus olores 

las tiendas escarlata

la prisa en los paseos 

y el graffiti de los muros .


Estos ojos míos 

pasearon la mirada 

del turista en vacaciones.


Hay otros viajes  que  marcaron para siempre mi vida y no fueron nada agradables, siendo   el más triste y especial,  el de aquel  26 de septiembre de 1964,  cuando  yo tenía  quince años,  porque el Teodosio, apodado el Troneras,  lo hizo de forma repentina y  definitiva, para no volver nunca más y desde entonces, tenerlo solo en  mi  imborrable recuerdo. 

Quiso el destino que yo me encontrase,  en el momento de su muerte, a  unos  cuatro cientos kilómetros de distancia, pues  iba acompañando a mi tía Cayetana, hallándonos  en la ciudad de Zaragoza, para recoger las cenizas de mi hermano Evencio, muerto  cinco años antes, supuestamente ahogado por un corte de digestión, en el río Huerva. Algo he investigado sobre su repentina muerte y no me  acabo de creer esta  versión oficial del Ejército del Aire, de aquellos años.  Mis padres cuando llegaron desde Pardilla a Zaragoza, ya lo había enterrado  y no  pudieron ver  a su hijo,  que acababa de morir.

Por  esas fechas, mi hermano Rafael, el  cura agustino, estaba por Talca (Chile) de tal forma que por la mañana recibió la carta de mi padre felicitádole por su cumpleaños y por la tarde, un telegrama donde le anunciaban que su progenitor había muerto. 

Y saltando de un lugar a otro, el viaje que me propone Luis  Cernuda, se refiere a cómo  el poeta viajó a través de los libros  que poseía en la biblioteca de sus padres. 

Uno de  mis primeros libros que me  regalaron para  poder viajar, con su  lectura,  me   lo proporcionó el señor Luis, casado con la señora Rufina, a los que llamábamos Los Gordos, y fue nada más y nada menos que La Isla del Tesoro de Steveson. Recuerdo que me  encantó. Ellos también nos ponían películas de Charlot de cine mudo y nos preparaban chocolate. 

Nos gustaban aquellas noches de verano en La Isla, como así se llama el barrio  de Pardilla donde nací   y  cómo  venían toda la chiquillería, para disfrutar  por las calles  de nuestras tierras  castellanas, cuando el gran calor del día, ya se marchaba  y  al llegar la noche, se convertía en la brisa fresca que nunca he olvidado y que todavía disfruto,  llevando en el recuerdo a mis seres queridos, que se fueron demasiado pronto, como  mi hermano Evencio, mi padre Teodosio y  ya algo más tarde, casi llegando a sus 90 años, se fue también en su  Viaje definitivo, mi  querida madre Nicolasa Veros. 

(c) Texto y foto : Luz del Olmo Veros