martes, mayo 13, 2025

TANTO MIEDO





Por miedo de irnos solos a la fuerza del tiempo.

                                          Luis Cernuda


Cómo todas las emociones, el miedo es incontrolable, llevándonos a las personas en la mayoría de las veces,  a un estado de vulnerabilidad, dónde todos los patrones tanto físicos, cómo sociales y psicológicos,  van respondiendo en su  defensa. 


El miedo puede llegar en su estado más avanzado, al pánico, porque este miedo tiene también sus diferentes formas de expresarse. ¿Quién no ha tenido nunca miedo, exceptuando las épocas de nuestra temprana niñez, o también  ese estado de locura que nos impide ver la realidad? 


El miedo en sí es una defensa que tenemos todas las personas y también  los animales para poder sobrevivir, no obastante, cómo emoción que es, tiene su cara y su cruz. ¡Cuántas experiencias habremos rechazado por miedo! Después puede que nos hayamos arrepentido de no haber hecho aquel viaje, salido con aquel chico o chica, haber dicho aquellas palabras que  debimos pronunciar.... porque el miedo tiene su ambivalencia  y cómo no sabemos realmente lo que puede ocurrir en el  futuro, a veces nos arriesgamos y otras, por el contrario, lo desechamos, porque el tiempo que no para de correr,  nunca nos pondrá fácil  saber la opción más correcta. 


Retomando mi infancia, puedo decir que aún recuerdo, cómo más que  miedo era cansacio,  cuando mi padre y yo volvíamos de Moradillo, el pueblo  de la provincia  de Burgos, dónde residia la familia de mi madre, cuando a mí tanto  me  gustaba ir por esos caminos, montada en el borrico al que llamábamos Brillante, de color entre gris  y marrón claro, al menos así lo recuerdo, y aunque la ida siempre se me hacía corta por aquellos senderos polvorientos, la vuelta ya no lo era tanto. Por ello, ya bastante antes de llegar al Corral del Mono, empezaba a preguntar  a mi padre ¿cuánto falta para llegar a casa? Él me engañaba para decime: cuando pasemos esta cuesta, ya hemos llegado a Pardilla. Pero  aunque no me mentía, no me decía la verdad, porque a mí se me hacían interminables aquellas subidas y bajadas  polvorientas del camino solitario,  junto con los atisbos de luz, que poco a poco se iban apagando.

 

Él iba tranquilo y  contento de haber vuelto a ver a la familia de mi madre, pero yo con mis siete u ocho años, empezaba a sentir miedo de la noche, por si su cercania nos pillaba, teniendo más posibilidad de equivocáramos  en los caminos, tanto mi padre como el propio burro. 


Mi progenitor  iba andando y yo montada en el asno, aunque  me sentía segura, notaba  algo de resquemor por si nos perdíamos. A causa de ello,  yo cada dos por tres, en especial cuando estábamos en lo alto de las cuestas,  repetia las pregunta que me obsesionaba:


-¿Falta mucho para llegar a Pardilla? ¿Cuándo llegamos a nuestra casa?  y él siempre me contestaba: 


-Pronto Mari,  ya falta muy poco para llegar al Corral del Mono-  pero aquel poco se me hacía interminable y nunca llegábamos al famoso  corral hecho piedra a piedra, cómo todos los corrales que todavía subsisten por Pardilla y sus alrededores. Y cuándo por fin lo veíamos, me ponía contenta  sabiendo que el pueblo estaba cerca y era entonces cuando  mi progenitor  me contaba la última  de sus mentiras. 


- Al llegar al corral,  podemos coger el coche de línea  y así no te cansas. 


¡Mi padre era un bromista y yo una ilusa! Es verdad que al ver ya la carretera Nacional I, estábamos cerca de Pardilla, pero cuando esto ocurría,  me quería convencer con su verdad a medias:


-Si ya total, no merece la pena lo del coche. Mira ya se ve la espadaña de la Iglesia. 


Yo creo que el Brilllante, aunque fuese un burro, también debía de darse cuenta, porque siempre  aceleraba el paso.















   

(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros 

domingo, mayo 11, 2025

EL HUERTO



            



En el pasar de las estaciones, me gustaba bajar al huerto con mi padre y seguir  los  ritmos de la Naturaleza, siendo mi favorita  la primavera y sabiendo que el árido y frío invierno se iría   poco a poco  dejando  su rastro,   a la vez  que   la tierra se preparaba para poder sembrar las plantas que, con el paso del tiempo,  darían  sus frutos. 


Era  mi padre Teodosio, más conocido por  El Troneras, el que   empezaba a cavar esta tierra,  cómo así hacían el resto de los vecinos de Pardilla,  para después ir plantando las patatas y  más tarde,  los tomates, lechugas, guisantes, judías verdes,  cebollas, pimientos, algunos titos... Todas estas verduras en poca cantidad, pero lo suficiente para  tener sus frutos maduros, en la época de recoger  la  cosecha y  comer alimentos de una forma natural,  en ese  devenir de los días con sus noches.

 ¡Qué rico estaba todo!  pero antes tuvo su trabajo. Primero, limpiar la  tierra de las malas hierbas que se habían ido acumulando a lo largo del verano y el otoño. Después, mover y airear esa tierra con un azadón, haciendo surcos y dejando limpia  la  pequeña reguera, donde se echaba el agua que  venía del arroyo, aunque también sacábamos de un pozo,  que todavía existe, pero.... a saber  por dónde andará, `pues  al estar ahora la tierra sin cultivos,  todo permanece en estado salvaje. 

Miedo me da entrar en este mi huerto,  por si acaso no reconozco dónde se halla   ese pozo, o el del vecino, pues las lindes también han desaparecido y  no me gustaría quedar  atrapada en una total  oscuridad.  

Por aquellos años de mi niñez y adolescencia, me encantaba ir con mi padre a este huerto, en especial cuando teníamos que regar. El agua  salía de la reguera, limpia y cristalina  pues estaba  filtrada del arroyo de Pardilla  y  hasta  nos atrevíamos a beber,  aunque no era conveniente. 

Cómo en el pozo  también manaba el agua,  deslizábamos  un caldero atado  con una soga y  así, poco a apoco íbamos regando los surcos donde mi padre había plantado las hortalizas, siendo  este agua,  junto con el sol, el pasar de los días  y nuestro  trabajo,  lo que  hacía crecer a las plantas, hasta poder coger la pequeña cosecha  que la Naturaleza nos brindaba.

 Pero lo que más me gustaba, de lo que había plantado en el  huerto,  eran los árboles frutales. Recuerdo un guindal que estaba en la puerta con sus guindas coloradas, más pequeñas que las  cerezas  y  con un sabor  ligeramente  más ácido  y cómo yo las paladeaba  porque estaban tan  ricas....... También había ciruelos con ciruelas no del todo redondas, sino algo ovaladas  y de color azul oscuro por fuera y por dentro,  color verde pálido, podríamos decir. Este  otro sabor tampoco  lo he vuelto a encontrar.  

De esta forma  mi madre,  a veces con mi pequeña ayuda, preparaba  en la cocina las verduras  y de postre teníamos  durante el verano nuestra  abundante fruta,  para en el otoño, dejarnos invadir  por esas uvas ya maduras, antes de pasar a la vendimia.  Pensando en el invierno, a veces preparábamos algo de conservas y en especial los frutos secos que no tenían ni tienen fecha de caducidad, cómo son los almendros y las nueces.

Ahora el huerto  dónde yo acompañaba a mi padre en sus tareas hortícolas, no existe. Está lleno de maleza y hasta la pequeña  pared de piedra  que indicaba de quién era cada huerto,  se ha perdido.  La puerta de madera  y   las piedras grandes que hacían una pequeña entrada, tampoco existen.  

Lo qué nunca olvido son aquellas mañanas y aquellas tardes, en especial del verano,  cuando mi padre y yo bajábamos al huerto y disfrutábamos en eso de hacernos compañía, mientras las  reguera que pasa por delante del huerto, se llenaba de agua del arroyo porque los vecinos la desviaban para poder regar los pequeños huertos. En aquellos tiempos el agua bajaba limpia y cristalina. 

Ahora   esta reguera, está completamente vacía y el arroyo depende de las lluvias que vayan cayendo a lo largo del año. La última vez que lo visité  y no hace mucho tiempo, 
todo se ha perdido, porque las malas hierbas  cubren el terreno y no encuentro  las lindes, ni tampoco el pozo, dándome tristeza este lugar  dónde disfruté y aún sigue en mi recuerdo, aunque sea distorsionado por ese pasar del tiempo que nunca se para.
 


                                   

Esta última  foto, pertenece a la también última riadas que pasó por Pardilla  en los meses de marzo y abril. 

(c) Texto y fotos: Luz del  Olmo Veros