MEDIA VIDA- CARE SANTOS
1959
Es muy posible que el hecho sucediera a principios del mes de octubre, cuando aún quedaban muchas cepas por vendimiar, pero Teodosio lo dejó todo y cogiendo de la mano a su hija de diez años, se encaminó al autobús de la Continental para trasladarse con ella hasta Madrid.
Madrid era la ciudad donde le hubiese gustado vivir. El campo en sí no le contrariaba, pero el trabajar en él ya con sus 52 años, se le hacia cuesta arriba y más después del golpe que la vida les asestó, arrebatándoles su segundo hijo.
Todos sus sueños desde que se casó allá por los años de la República, eran el conseguir que sus vástagos estudiasen para poder tener una vida mejor que la suya, donde el labrar las pocas tierras que había heredado y el trabajar de vez en cuando para otros, le estaban empezado a pasar factura en su rodilla derecha que le dolía con frecuencia.
Al hijo mayor , Rafael, había conseguido llevarlo al seminario de La Vid, no sin antes vender uno de los mejores majuelos que poseía. Evencio era su orgullo y el de toda la familia. En el campo, pastoreando las ovejas, había conseguido hacer una radio de lámparas donde él podía escuchar las noticias de Radio Nacional, las peticiones del oyente de Radio Andorra y cuando ya todos dormían, La Pirenaica. Después cuando el chico se fue a la mili, se reenganchó para quedarse en el ejercito como radiotelegrafista de aviones en Zaragoza. Más todo se truncó el pasado 5 de julio cuando la noticia corrió por las calles del pequeño pueblo burgalés: Evencio se ha ahogado, Evencio se ha ahogado....hay que decírselo a sus padres, a la niña es mejor de momento, ocultárselo.
Teodosio ya montando en el autobús con su hija al lado, va recordando todo esto y de vez en cuando se saca el moquero de cuadros azules, porque se ha de limpiar la nariz y con disimulo los ojos. El agua de la tristeza le va llegando sin quererlo. A partir de ahora se van a quedar solos con el tercer hijo que les ayudará en el campo. Él también se iba a marchar en busca de un futuro mejor, pero con esto de la muerte de su hermano, ha de renunciar a un prometedor trabajo para manejar las máquinas excavadoras, que andaban arreglando las carreteras principales por aquellos años.
El padre, al bajar del autobús, coge la maleta de madera en una mano y con la otra agarra con fuerza a su hija que, despistada y contenta, observa todo aquel devenir de personas y coches en el asfalto de la tarde que empezaba a extinguirse.
La puerta era muy grande y la casa también. Con una llamada al timbre, en pocos segundos, se abrió para recibirles una monja vestida de negro con hábitos largos y una toca grande y blanca que le cubría la cabeza.
Les hicieron pasar hasta un salón antiguo de techos muy altos, lleno de muebles completamente desconocidos, para los ojos de aquella niña, que acaba de entrar a un mundo, donde no existía ni un solo resquicio para poder mirar el cielo de la noche que iba cayendo sobre Madrid.
Al cabo de poco tiempo, vino otra monja, se presentó como la directora. Se llamaba Madre Mª Antonia. La niña no existía para ellos, que hablaban sin parar, pero sí se dio cuenta de cómo su padre, sacaba otra vez su pañuelo de cuadros azules y se enjugaba las lágrimas, esta vez sin disimulo:
-Perdone, madre, que tenga que hacer uso del moquero.
-¡Ah, muy bien! -se río un poco la religiosa- Es verdad, de moco, moquero, está bien utilizada esa palabra. Yo soy la profesora de lengua y literatura que le dará clase a su pequeña.
Después de un breve beso y abrazo entre padre e hija, la puerta se cerró y fue entonces cuando la niña tomó conciencia de su entrada en otro mundo muy distinto al que había vivido hasta ese momento.
Luz del Olmo Veros
(En el día de hoy 26 de marzo, mi padre cumpliría años. Es mi pequeño homenaje a este hombre sencillo y bueno que nos dejó y se fue para siempre cuando yo tenía 15 años. Padre, te sigo queriendo y sabes que nunca te podré olvidar).
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